Invadir las tierras de Nagash supondría comenzar una guerra entre la luz y la muerte, pero Teclis no se dejaría amedrentar por ello. La Era del Caos había dejado una profunda herida en los Reinos Mortales y el necroseísmo los había sacudido hasta sus cimientos. La realidad necesitaba curación y Teclis estaba dispuesto a lograrla, quisieran o no el resto de habitantes de los Reinos.
Los Lumineth realizaron su primera incursión en Shyish a través de un Portal largo tiempo olvidado en las montañas Magthar de Hallost. Alejado de las rutas de fantasmas y hombres no solo por los accidentes geográficos, sino por potentes ilusiones, el Portal del Reino descansaba bajo un lago de aguas cristalinas que se mantenía líquido pese a las gélidas temperaturas. Con un estallido de luz, filas de triángulos de acero rompieron la superficie del lago: lanzas sostenidas por una docena de Guardianes Auralan. Sin mediar palabra, establecieron un perímetro mientras otra docena de arqueros tomaban posiciones elevadas en torno al lago. Con el área asegurada, uno de los líderes Vanari invocó un orbe de luz entre sus dedos y lo arrojó al agua, a través de la cual entró el resto de la fuerza Lumineth. Y, finalmente, cuando todos los guerreros hubieron atravesado el Portal, el Dios Mago apareció, hablando con voz clara no solo a sus hermanos elfos, sino a las mismas montañas, que se resquebrajaron y ofrecieron su roca a los Señores de la Luz.
Montados en plataformas rocosas creadas por la magia de Teclis y sus Magos de Piedra, la fuerza élfica sobrevoló las ciudades de Nagash que salpicaban el paisaje de Hallost y se encaminó hacia el este, a través del mar Nihilat, llegando a Praetoris, núcleo del Imperio Ossiarch. Si Katakros no estuviera inmerso en su campaña en Ochopartes, la llegada de la fuerza invasora se habría detectado nada más entrar en su territorio. Sin embargo, Teclis y los suyos consiguieron avanzar por el continente muchos días antes de que los Ossiarch los descubrieran. Incluso sin su general, las fuerzas de Prateoris eran imponentes, pero poco podían hacer para detener a una hueste de elfos voladores y cualquier proyectil inmundo que pudieron lanzarles fue rápidamente desvanecido por rayos de luz pura.
El objetivo de Teclis no era llevar a cabo una conquista, sino más bien una declaración de intenciones. Cuando pasaban por encima de tierras desiertas e inhabitadas debido al necroseísmo, los elfos descendían para grabar una inmensa runa en el suelo que curaba la tierra, pues la magia Lumineth podía eliminar la mancha de la magia shyishiana del mismo modo que la corrupción del Caos. Conforme avanzaban a través del yermo, quedó claro el objetivo de Teclis: no se arriesgaría a atacar la gran fortaleza de Gothizzar, hogar del Portal Final y enclave principal de Katakros, sino que se dirigiría directamente hacia el Tríptico.
El Tríptico era un nexo de caminos mágicos protegido por tres fortalezas hechas de hueso, en el centro de cada cual se alzaba una colosal estatua de uno de los generales Ossiarch que habían realizado grandes gestas en la defensa de Praetoris durante la invasión del Caos. La más alta e impresionante de todas correspondía al propio Katakros. Era esta localización donde Teclis pensaba atacar con todas sus fuerzas, pues era un monumento a la vanidad del Gran General y suponía un paso vital entre Praetoris y Equuis. Destruyendo las estatuas, el Dios Mago demostraría la vulnerabilidad de los Ossiarch y pondría en entredicho su imbatibilidad en el campo de batalla.
El ataque inicial llegó desde los cielos. Oleadas de flechas cayeron sobre los defensores esqueléticos situados abajo, cada punta de metal solar que impactaba mandando una pila de huesos inanimados al polvo. Los Ossiarch enviaron a Morghast alados contra los invasores, pero los elfos concentraron su magia contra estos horrores, arrojándolos del cielo. Los líderes Mortisans cantaban alto, sus ritos resonando en el aire, pero no parecían hacer más que reformar a los guerreros caídos por las flechas.
Entonces, la gran estatua de Katakros giró sobre sí misma con un crujido, balanceando su inmensa guja de piedra nula para golpear el mayor de los megalitos voladores y partiéndolo por la mitad. La magia que sustentaba la roca se deshizo en el acto, dejando caer a todos los Lumineth hacia el vacío. Celennar avanzó y extendió sus alas para proyectar una pantalla de luz lunar, que recogió a los guerreros y los depositó gentilmente en el suelo. Después, las otras dos estatuas cobraron vida también y golpearon con sus inmensas espadas el resto de rocas voladoras, partiéndolas y desbaratando el avance élfico. Aunque la mayoría de los Lumineth aterrizaron ilesos gracias a la magia lunar, algunos encontraron un amargo final contra la fría superficie de Shyish.
Los Lumineth estaban desesperados por encontrar algo de cohesión entre sus filas cuando la primera Guardia Mortek llegó hasta ellos. Los Ossiarch habían avanzado lento al principio, los arqueros Vanari considerándolos irrelevantes en la lejanía mientras eliminaban solamente a sus líderes. Pero mientras caían las rocas del cielo, los Mortek habían acelerado el paso y se habían acercado a los conmocionados elfos, empezando la matanza. Las plataformas rocosas caídas se habían convertido en improvisadas posiciones defensivas, que los elfos aprovecharon para reagruparse. La batalla empezó a librarse en docenas de frentes, tanto físicos como metafísicos. Teclis alzó una ceja cuando sintió cómo la magia de la Muerte se lanzaba contra él desde todas direcciones mientras constructos alados convergían en él. Aunque los Mortisans no podían esperar compararse al Dios Mago en destreza mágica, eran numerosos y estaban perfectamente coordinados, por lo que Teclis se encontró inmerso en una docena de duelos arcanos mientras Celennar evitaba que los Morghast alcanzaran a su maestro.
Pese a que los líderes Lumineth eran más que capaces de dirigir la batalla sin el liderazgo de su dios, las fuerzas Ossiarch estaban bien organizadas y las filas de Guardia Mortek parecían ilimitadas. Levantando sus escudos, capeaban el aluvión de flechas, ignorando los impactos contra sus extremidades mientras cerraban el cerco en torno a la fuerza élfica de la inmensa roca que había derribado la estatua de Katakros. Poco a poco, los Lumineth fueron retrocediendo y los soldados no muertos llegaron a la base del megalito. Sin embargo, no empezaron a escalar, sino que mantuvieron la posición en apretadas filas. Los cánticos de los Mortisans subieron de volumen y el hueso de los esqueletos empezó a fundirse entre sí, alzándose por la pared rocosa. Los escudos seguían alzados mientras el grotesco muro crecía hasta alcanzar el borde donde los elfos disparaban sin cesar, con escaso efecto. Entonces de pronto, los cánticos cesaron y los escudos se retiraron para dar paso a un horror veloz: un grupo de Acosadores de la Necrópolis que habían permanecido ocultos en el constructo óseo se lanzó contra los asediados elfos a toda velocidad.
Los Guardianes Auralan fueron rápidos en su respuesta, usando sus largas lanzas vibrantes de cuarzo aetérico para forzar la retirada de los monstruos de hueso. Pero la realidad era simple: los lanceros no tenían la capacidad de repeler esa ofensiva. Los monstruos óseos avanzaron imparables, cercenando a cualquier elfo que se pusiera a su alcance. La Guardia Pétrea sustituyó a los lanceros, sus martillos alzados para defender a sus hermanos mientras los Magos de Piedra realizaban sortilegios que volvían la piel de sus guerreros en roca, haciéndolos prácticamente inmune a los mandobles de las armas espirituales. Sin embargo, los Acosadores rotaron sus cabezas y empezaron a asestar estocadas dignas del mejor duelista, las cuales abrieron profundas heridas en los elfos. Estos a su vez pudieron golpear con sus martillos a los constructos de hueso, pero era tal la calidad del trabajo óseo que no pudieron fracturarlos. Entonces llegaron guerreros de la Guardia que portaban picos de punta de diamante, que consiguieron perforar con gran eficacia la placa pectoral y el tórax de los Acosadores, empujándolos hasta el borde del megalito y arrojándolos contra el suelo que se encontraba metros más abajo. Con un gran coste en vidas élficas, la posición de la roca principal había sido defendida.
En el resto de rocas caídas, los Lumineth formaban posiciones tras el abrupto aterrizaje y luchaban por mantener una defensa organizada contra la Guardia Mortek. Los Ossiarch habían reaccionado con mayor velocidad a la caída de las rocas flotantes y habían rodeado a los guerreros elfos que ya se organizaban en filas apretadas. De pronto, con un grito de voz clara, un jinete de radiante armadura se abrió paso entre las filas de lanceros Vanari. Era Lyrior Uthralle, Regente de Ymetrica, y tras él cabalgaban los Jinetes del Amanecer. Aunque la Guardia Mortek adoptó una formación aegis que habría desbaratado una carga de caballería convencional, estos eran caballeros y corceles élficos. En el momento del impacto, rayos de luz se proyectaron de las gemas de cuarzo que adornaban las armaduras élficas y cegaron incluso la visión sobrenatural de los Ossiarch. Los caballos saltaron sobre el muro de escudos mientras las lanzas de metal solar desviaban las lanzas de nadirita y cayeron al otro lado con grácil elegancia. Haciendo gala de una habilidad sobrehumana, los Jinetes del Amanecer giraron sobre sí mismos y volvieron a cargar. Tras varias cargas consecutivas, pocos de los caballeros habían sido derribados de sus sillas, pero la Guardia Mortek había sido prácticamente aniquilada.
Un estruendo recorrió el campo de batalla. Trozos de hueso, armadura y carne salieron despedidos en todas direcciones mientras proyectiles imbuidos en llamas verdes caían sobre elfos y no muertos. Las catapultas de los Ossiarch se habían aproximado a la batalla desde las fortalezas y bombardeaban a aliados y enemigos por igual. La siguiente oleada de proyectiles no causó explosión alguna, sino que consistía en calderos rezumantes de almas. Allí donde caían, aparecían banshees que empezaban a chillar con voz sobrenatural y detenían el corazón de elfos y bestias, los cuales morían incluso antes de caer al suelo. La compacta formación de los Jinetes del Amanecer los hacía vulnerables a esta clase de ataque y a la orden del Regente Uthralle emprendieron una retirada organizada. Sin embargo, los Jinetes Muertos de los Ossiarch salieron a su encuentro, empujándolos hacia los restos de la Guardia Mortek. Esta vez, el muro de escudo se alzó el doble de alto, guerrero Ossiarch sobre guerrero Ossiarch fundidos en una amalgama de hueso y nadirita de la cual menos de la mitad de los caballeros elfos consiguieron escapar.
La batalla en torno a los megalitos caídos se tornaba oscura para los Lumineth. Sin embargo, Teclis no se había lanzado a Shyish sin tener un objetivo claro que cumplir y este podía lograrse de decenas de formas. Más allá de la batalla, un destello de luz recorrió las planicies. Los no muertos se volvieron para ver cómo una fuerza élfica atacaba las fortalezas que habían dejado desprotegidas. Al frente marchaban cuatro gigantes, espíritus de la montaña que habían adoptado formas colosales hacían temblar la tierra a su paso. Los Jinetes Muertos abandonaron el combate y galoparon veloces hacia los fuertes, pero ya era demasiado tarde. Las torres y murallas se resquebrajaron al golpearlos los enormes martillos, dejando caer trozos de hueso endurecido y obsidiana. La primera estatua del Tríptico cayó echa pedazos sobre la fortaleza que antes protegía. Sobre la segunda estatua, un fuerte viento se levantó. Los defensores Ossiarch solo pudieron atisbar una borrosa figura entre el huracán que estaba envolviendo la efigie, en la cual empezaron a aparecer fisuras en torno a la cadera y los tobillos. Con un crujido, las grietas se extendieron y la estatua se vino abajo.
Finalmente, Teclis consiguió deshacerse de todos los Mortisans que ahora yacían como cenizas en el suelo. En un parpadeo, se apareció frente a la estatua de Katakros, la última que permanecía en pie. Un rayo de luz de tres haces surgió de la palma de su mano y desintegró la inmensa figura. El trabajo estaba hecho, aunque con un elevado coste. Las fuerzas Ossiarch que quedaban, sin el liderazgo de los Mortisans, no fueron rivales para los Lumineth. El Dios Mago trazó con sus dedos una runa de purificación y el glifo se dibujó en el suelo, forzando a la tierra a volver a su estado natural libre de la corrupción de Nagash. Así sería por todo Shyish.
Teclis recorrió el campo de batalla con la mirada y una figura captó su atención. Su aura era negra, similar a la del Gran Nigromante. La figura habló:
“No sabes lo que has hecho, dios de la luz”
“Lo sé muy bien”, respondió Teclis. “Y tu amo también”
“Eres un necio, ¿crees que eres el primero que destruye estas estatuas? La eternidad te demostrará ser mejor maestra que tu instinto”.
Teclis permaneció callado y Vokmortian, el Emisario, se deshizo en una nube de polvo negro.
Gracias por la entrada!
Ahora les han metido la 5a a la historia, pq ya van por el Broken Realm Kragnos y puede que en un mes salga algo mas…