La Mortarca que llevó el hambre del Nadir hasta Chamon fue Neferata, la reina de las Cortes Nulahmian. Su habilidad para la conspiración y el subterfugio resultaron muy efectivas, pues de no ser por una intrépida exploradora Kharadron, los planes de la reina habrían llegado a conclusión antes de que nadie pudiera detenerla.
La invasión de Chamon empezó por la región conocida como la Cruz Espiral, territorio de los gremios Kharadron. A través de la Puerta de Cambio de Alma, Neferata avanzó desde Shyish, con una corte de vampiros y esqueletos. Sería un espectáculo digno de admirar para cualquier mortal, silencioso y bello, pero no había ninguno para observarlo en los alrededores. Las espías de Neferata tenían influencia en todos los Reinos y cuidadosamente habían preparado la llegada de su maestra redirigiendo todas las rutas comerciales Kharadron para que no pasaron cerca de la Puerta del Reino. Al contrario de Mannfred, Neferata había traído consigo la cantidad justa de almas listas para sacrificar, más un treinta por ciento en caso de inconvenientes. Los esclavos humanos llevaban runas de obediencia grabadas a fuego en la piel y gemían en lo profundo de la caverna, presintiendo que se acercaba su final. Los medios de Neferata eran precisos y sigilosos. De no ser por la curiosidad de una almirante Kharadron, el ritual se habría completado sin que la gente de Chamon fuera siquiera consciente.
Imoda Barrasdottr era una incipiente almirante de la sociedad Kharadron, más respetada por su habilidad cartográfica que por su flota, la cual consistía solo en un par de fragatas y su acorazado: el Intaglio. Las paredes de su camarote estaban, sin embargo, plagadas de mapas de la Cruz Espiral y de las rutas de oro aetérico que surcaban los cielos de Chamon. Imoda había dibujado todos aquellos mapas, recopilando información de todos los puertos y viajando por toda la región, hasta que las rutas eran más nítidas en su mente que las caras de su tripulación. Una noche, sumida en sus estudios de prospección, Imoda notó algo extraño en el área de las montañas Granthium. Al principio parecía una mera coincidencia, pero cuanto más observaba, más evidente era que una de las zonas estaba siendo intencionalmente evitada. Varias flotas mineras habían cambiado su rumbo para alejarse del área, aun cuando atravesarla supondría un viaje más corto de regreso al puerto. Alguien o algo quería que esa zona permaneciera oculta y tenía la influencia suficiente para asegurarse de ello.
Esa misma noche, la almirante estableció un nuevo rumbo para su flota. Saliendo de Barak-Zilfin, atravesaron los Mares Relucientes hasta llegar a las Montañas Granthium a buena velocidad. Mirando a través de su catalejo hecho con cristal aetermático, percibió algo inusual. Un esqueleto humano se alzaba en la ladera de la montaña, recto como un árbol plantado. El esqueleto pareció detectar su presencia, pues se fue moviendo lentamente para salir de su rango de visión. Pidiéndole a su primer oficial su rifle aetérico, Imoda disparó un tiro preciso contra las costillas del no muerto, tirándolo sobre la nieve. Mientras retiraba el rifle, observó incrédula como el esqueleto volvía a ponerse en pie y caminaba hasta desaparecer por una fisura. Barrasdottr ordenó al Intaglio y su escolta descender. Junto a un pequeño grupo de Atronadores Grundstok, la almirante descendió en las sombras siguiendo al no muerto. Al poco de avanzar, un espeluznante grito que se cortó bruscamente llegó hasta los enanos. Mirando solemnemente los ojos de sus compañeros, descendió a las profundidades de la montaña.
Los que Imoda encontró en la cueva heló su corazón. Pudo salir con vida a duras penas, con su cabello blanco de la raíz a las puntas. Cargó con su primer oficial los últimos metros, pues la pierna de este no era más que un amasijo de carne sanguinolenta. Embarcando a tropiezos en la Intaglio, pusieron rumbo a toda velocidad hacia Barak-Zilfin. Durante la ruta, fueron atacados una y otra vez por inmensas criaturas con forma de murciélago que los habían perseguido desde la cueva. Ambas fragatas fueron destruidas y el acorazado a duras penas continuaba el vuelo mientras sus tripulantes mantenían a raya a los monstruos con los arpones. Finalmente, Imoda consiguió llegar a puerto, en bancarrota, pero viva.
Durante sus frecuentes charlas para recabar información con la que dibujar sus mapas, Imoda había conocido a dos gemelos en Barak-Zilfin. Eran elfos procedentes de Hysh que habían llegado a Chamon para explorar la región. Fue a estos antiguos conocidos a los que la almirante acudió en su terror. Los gemelos escucharon con interés su historia e Imoda les habló de la pálida reina que se alzaba sobre un monstruo de hueso. Si no hubiera estado inmersa en una especie de ritual, dijo, estaba segura que la habría matado. Aún así, notaba como que había envejecido veinte años. Al acabar su historia, los elfos intercambiaron una mirada significativa.
Estos elfos eran Ellania y Ellathor. Los gemelos habían estudiado en la Torre de Prios y conocían bien la eficacia de la magia hyshiana contra los viles trabajos de Nagash. Aunque su hogar era el camino, tenían gran influencia en la corte Lumineth y conocían un modo de comunicarse con su Reino a través del cosmos. Durante esa noche, Ellania subió a lo alto de Barak Zilfin y comulgó con la luna Celennar. Sus adivinaciones llegaron a la conclusión de que Nagash quería llevar el hambre del Nadir a la Cruz Espiral. Con Celennar en intima relación con Teclis, los Lumineth de Ymetrica fueron raudos en su respuesta. Una reserva de guerreros Alarith comandada por el Mago Pétreo Xelathuria fue enviada a Chamon a encontrarse con los gemelos.
La fuerza Lumineth era compacta pero poderosa. Las tierras de la Cruz Espiral estaban infestadas de Tzaangors, pero a través de caminos secretos pudieron subir hasta la montaña de la que Imoda les había hablado. Habían calculado llegar con tiempo suficiente para interrumpir el ritual, pero a juzgar por la vegetación muerta en toda la montaña, temían que fuera demasiado tarde. El estrecho paso que se hundía en la montaña mostraba restos de sangre fresca, con cuerpos desgarrados de Kharadron tirados en el suelo. Avanzando por el túnel, los gemelos comenzaron a escuchar un tenue canto en un idioma que Ellathor reconoció de sus estudios: era una antigua lengua de un mundo perdido conocida como Nehekharan.
La sensación de opresión que impregnaba esas cavernas era palpable. El grupo de elfos se detuvo y Ellathor se adelantó para observar. Cuando volvió para contar lo visto a su hermana y al mago, describió con horror cómo las fuerzas no muertas les superaban en varias docenas. Sin embargo, no podían esperar por refuerzos, pues tenían pocos minutos para intervenir si querían interrumpir el ritual y salvar Chamon. Con un destello de luz, cargaron en la caverna principal.
Con un elegante movimiento de la mano, Ellania captó la atención de todos los Lumineth presentes y presionó dos dedos contra la gema de cuarzo aetérico en su casco, absorbiendo su poder latente. Sus seguidores cargaron con celeridad mientras Ellania saltaba sobre el hombro de su hermano. Con un gesto, rayos de luz explotaron en el otro lado de la cámara, haciendo que los vampiros se cubriesen sus ojos mientras siseaban furiosos. Los esqueletos no tenían ojos que cubrirse y avanzaron contra los elfos a un gesto de Neferata. Los Lumineth los atravesaron como una lanza, los martillos balanceándose con precisión para destrozar todo el hueso que encontraban. Una vez los Alarith habían penetrado suficiente en las líneas no muertas, los esqueletos se retiraron para dar paso a la Guardia de los Túmulos, esqueletos ataviados con armadura pesada. Xelathuria entonó un cántico de los altos picos y una fisura se abrió a los pies de los recién llegados guerreros no muertos, mandando a varios a las profundidades. Sin embargo, el avance no se detuvo. Veinte, treinta, cuarenta esqueletos cayeron hasta que la fisura se colapsó y se formó un puente de huesos por el que la Guardia de los Túmulos reanudó su marcha.
En cuestión de minutos, el camino hasta Neferata estaba completamente bloqueado por una marea de no muertos. Los Lumineth se abrían paso poco a poco, los martillos seguían destrozando cráneos, pero a un ritmo más lento. Y tiempo era todo lo que la reina necesitaba. Aullando por encima del campo de batalla, llegaron las Doncellas Escarlatas, un trio de vampiras sentadas sobre un inmenso Trono del Aquelarre cargado por una hueste de espíritus. Enseguida, Ellathor vio el peligro que representaban, pues, aunque parecían frágiles y pálidas, cada una de ellas valía por una docena de elfos en combate. Ellathor se apoyó en una estalagmita para dar un gran salto sobre el Trono, moviendo su espada en un arco mortal para decapitar a la vampira más cercana. Su objetivo mostró una flexibilidad antinatural mientras la espada le pasaba a centímetros del cuello. En una décima de segundo, una daga rúnica se clavó en la pierna de Ellathor. Ahogando un grito de dolor, el elfo golpeó con el pomo de su espada la garganta de la vampira, pero haciendo eso sus miradas se cruzaron y notó como su mente se desvanecía.
Viendo a su hermano en peligro mortal, Ellania se elevó y disparó rayos de luz contra el aquelarre vampírico. Sin embargo, al hacerlo, reveló su posición y Neferata la llamó a través de la caverna. Para su desgracia, Ellania se volvió y contestó al llamado. Con una sonrisa, Neferata empezó a absorber la sangre de la elfa mientras las venas de esta ardían con agonía. Si perdía la concentración un solo momento, la totalidad de su vida sería absorbida por la vampira.
La magia amatista envolvía la cámara, opacando incluso el brillo del cuarzo aetérico. El avance de los Alarith fue detenido del todo cuando bandadas de murciélagos descendieron hacia ellos desde la oscuridad. Los murciélagos resultaron ser demasiado ágiles para los martillos, pero lo peor estaba por llegar: un inmenso Terror Alado cayó desde arriba mientras lanzaba un intenso chillido que mató a varios Lumineth en el acto. Xelathuria gritó con desesperación y las estalactitas cayeron del techo como lanzas para empalar a la bestia, la cual se revolvió y se lanzó contra el mago. Pronunciando una palabra de poder, una fisura se volvió abrir, esta vez bajo los pies del propio hechicero. Los Alarith quedaron conmocionados. ¿Habría perdido el control de sus poderes su líder? Un terrible momento de incertidumbre se apoderó de los elfos, el cántico de Neferata llegaba a su clímax y la magia de Shyish imbuía toda la estancia.
Entonces, un sonido desgarrador, como rocas chocando contra rocas, se alzó desde las profundidades y una gigantesca figura se alzó. Era un Espíritu de la Montaña y en su hombro se alzaba Xelathuria, medio muerto en posición fetal mientras prestaba sus energías al constructo. Granthius, el Elemental, se llamaba y su furia estalló. Alzando su inmenso martillo, golpeó al monstruo óseo que montaba Neferata, arrojando a la Mortarca de su montura y destruyendo esta en un millar de trozos de hueso. La magia amatista parpadeaba allá donde el Elemental caminaba y cualquier esqueleto que se ponía en su paso era aplastado. El Terror Alado se lanzó contra el Espíritu de la Montaña, solo para ser recibido por un haz de luz procedente de la frente de Granthius. No era suficiente para matar al monstruo, pero bastó para hacerlo huir. Granthius alzó su martillo con ambas manos y destrozó el Portal con un poderoso golpe.
Con un estridente chillido de indignación, la Mortarca de la Sangre golpeó el suelo con sus manos antes de deshacerse en una miasma de energías de la Muerte. Las runas que Neferata había inscrito en la cueva antes de empezar el ritual se activaron y el techo colapsó, enterrando a elfos y no muertos bajo toneladas de roca.