Llegamos al último artículo sobre los Dweghom de Conquest. En este caso veremos quienes son los verdaderos hijos de la Guerra, aquellos Dweghom que han abandonado cualquier control sobre si mismos. La recompensa ofrecida por esta transformación es grande, pero no menos su precio.
Los Templados suelen decir que los Ardientes nacieron a los pies del trono de la Guerra, cuando rompieron las cadenas de sus amos y condenaron a los Dweghom a una eternidad de violencia. Sin embargo, los Ardientes afirman que su creación se remonta a miles de años antes, cuando el primer esclavo Dweghom se negó por voluntad propia a cumplir órdenes. En la Guerra simplemente vieron la promesa de libertad, una fuerza tan descomunal que ni sus amos podían contener.
Guiados por sus ansias de libertad, los Ardientes fueron los primeros en encontrar en las profundidades de la tierra la cámara que encarcelaba la Guerra, recibiendo a cambio sus dones, que exhiben con orgullo. Entre las tradiciones de los Ardientes está el Dheukorro, el Descenso, en el que un iniciado debe cumplir con la peregrinación al trono de la Guerra, en las entrañas de Eä. En cada Bastión Dweghom existe un pozo que se hunde profundamente en la tierra hasta llegar a la superficie de la prisión de la Destrucción (ie. creador de Eä junto al Equilibrio). El calor y rabia que desprende este lugar transforma estos túneles en pasajes infernales y peligrosos, el trono de la Guerra siendo una de las varias cámaras que hay a su paso.
Es el deber de todo Ardiente bajar por estos túneles para rendir homenaje a sus ancestros. Cuanto más desciendan, mayor su valía (Aghm) pero también el peligro al que se enfrentan. En las profundidades, la sangre de la Destrucción impregna la tierra y roca, afectando a los moradores de estos túneles. En ocasiones, la maligna influencia es tan fuerte que acaba transformándolos en monstruosidades deformes, que vagan sin sentido. Aquellos que emergen del peregrinaje son los Ejemplares, encarnaciones de la Guerra a ojos de los Dweghom. Aquellos que reciben los dones de la Guerra, los Berserker de Fuego y Centinelas de Piedra, tienen su destino sellado. Los deseos de poder y libertad son tan grandes que sus cuerpos acabarán consumidos, incapaces de contener su voluntad. Es el precio que pagan los Ardientes.
Los Ardientes defienden su posición, aceptando que la vida es sufrimiento y lucha. La Guerra no es más que un modo de vida, la manifestación de su propia libertad. De todos los Dweghom, los Ardientes son los que más se regocijan en combatir y siempre son partidarios de iniciar un conflicto en el que puedan mostrar su adoración por la Guerra.
Me ha gustado mucho esta historia. Podría aplicarse a los Enanos del Caos de Warhammer y eso explicaría muchas cosas. Viajar a las profundidades a conocer a Hashut, padre de la Oscuridad y así recibir la bendición y ser transformado, Centauros menores, centauros mayores. Magia, etc. Suena aceptable.