Allí donde aparecía una infestación demoníaca, no tardaban en aparecer más. Muchos mortales cambiaron de bando para sobrevivir y durante el paso de los años, muchos portales cayeron en manos de los Dioses Oscuros para permitir la entrada de sus fuerzas en todos y cada uno de los reinos.
La ira de Sigmar no se hizo esperar. El Dios Rey había pasado largo tiempo estudiando la naturaleza de los Dioses del Caos, buscando la mejor forma de parar el avance de sus legiones de demonios y de sus adoradores mortales. En persona, Sigmar era una presencia imparable, su esencia deslumbrando con las energías del Mundo Roto, el cual había sido su hogar tanto tiempo. Cuando canalizaba su fuerza a través de su legendario martillo Ghal Maraz, era capaz de arrasar ejércitos y aplanar montañas de un solo golpe. Sin embargo, conforme se alargaba la invasión, el conflicto empezó a desarrollarse en un millar de campos de batalla distintos. Así, aunque Sigmar logara una victoria limpia en un escenario de guerra, en otros diez las fuerzas del Caos arrasaban todo a su paso. Mientras se manifestaba físicamente en los reinos, era tan incapaz de coordinar una campaña tan extensa como de matar a los propios dioses oscuros. Además, habían empezado a aparecer las primeras grietas en su panteón, pues cada dios poseía sus propios objetivos y obsesiones. Pese a eso, Sigmar seguía luchando, incluso en solitario cuando se veía obligado a ello.
Las mayores concentraciones del Caos estaban lideradas por los llamados Tetrarcas de la Ruina, cuatro reyes demoníacos que gozaban del favor de su patrón. En Aqshy, Sigmar derrotó al Devorador de Almas conocido como An’ggrath y destruyó sus ejércitos del Dios de la Sangre. En Ghyran, dio caza Feculox, una Gran Inmundicia que había contaminado con sus huestes grandes extensiones del Reino de la Vida y destruyó su asquerosa forma física. Ante la ira del Dios Rey, el Señor de la Transformación Kiathanus evitó sabiamente el combate directo, encerrando a Sigmar en un bucle de ilusiones y condenándolo a recorrer ese laberinto durante toda la eternidad. Sin embargo, mediante el puro poder de su alma guerrera y su testarudez, logró romper la trampa y devolver al gran demonio al Reino del Caos. Luxcious, el Guardián de los Secretos, intentó seducir a Sigmar con deseos que volverían loco a cualquier mortal, pero el odio que sentía por el Caos le permitió resistir y el demonio se encontró temblando ante el desprecio del Dios Rey. Con cada victoria, Sigmar se hacía más y más poderoso.
La Batalla de los Cielos Ardientes
Archaon, el Elegido, Mariscal Supremo de las fuerzas del Caos, vio en estas derrotas una oportunidad. Antaño, el genio táctico y la habilidad marcial de Archaon habían llevado al Caos a la victoria en cientos de realidades, incluido el Mundo Pretérito. Ahora, el Elegido volvería a demostrar su poder. Archaon vio una oportunidad en las derrotas sufridas por los Tetrarcas de la Ruina y, aunque le costó largas décadas conseguirlo, unió a los cuatro reyes demoníacos en una causa común. Separados habían sido vencidos, pero juntos serían imparables.
La alianza dio sus frutos en la Batalla de los Cielos Ardientes. En las llanuras ardientes de Aqshy, Archaon los había convocado y ellos habían respondido. Bajo el liderazgo de los Tetrarcas, las huestes demoníacas cubrían la tierra hasta donde alcanzaba la vista y sus hechiceros habían abierto una brecha en el cielo que conducía directamente a su impío reino. A través de ella, millares de demonios se unían a la lucha. Frente a ellos, las fuerzas del panteón de Sigmar se alzaban listas para defender los Reinos Mortales. Fieros bárbaros que habían resistido la corrupción del Caos, enanos juramentados, elfos en brillantes armaduras, orcos sedientos de guerra y huestes de muertos vivientes, todos se unieron contra aquellos que pretendían conquistarlos. Aunque el panteón estaba mermado con la ausencia de Alarielle, Malerion y los dioses enanos, el resto de dioses estaban presentes y se unieron una vez más para enfrentarse a su odiado enemigo.
Los cuernos de guerra sonaron en el aire cargado de ceniza y la Batalla de los Cielos Ardientes comenzó. Fue una lucha sin tregua ni cuartel. Tan titánico fue el conflicto y tal carnicería se llevó a cabo que, durante los años posteriores, si los videntes de otros reinos miraban hacia Aqshy solo verían una gigantesca calavera ardiente. Nagash, pese a no comprometer todas sus fuerzas, invocó ejércitos enteros a partir de los muertos en batalla. Gorkamorka rugía imparable, abriendo brechas en las filas enemigas con cada golpe de sus poderosos puños. Tyrion lideró las líneas de defensa y contuvo los peores ataques que las fuerzas del Caos pudieron dirigir contra él, mientras que Teclis abrasaba a demonios y mortales por igual con su ardiente luz. Sin embargo, era Sigmar, siempre al frente del panteón, quien hacía cambiar las mareas de la batalla una y otra vez. Coronado de truenos, titánico en su furia, Sigmar era imparable. Cada golpe de Ghal Maraz mataba a cientos de guerreros y desterraba a otros tantos demonios chillando de vuelta al Reino del Caos. Siete veces había liderado la carga y siete veces había hecho retroceder a los siervos del Caos. La ira desatada de Sigmar parecía ser suficiente para contener las inagotables fuerzas demoníacas. A la octava carga, Sigmar se lanzó directamente contra los Tetrarcas de la Ruina, dispuesto a desterrarlos como hiciera antaño. Uno a uno, probaron la cólera de su martillo, pues en su orgullo aún se resistían a luchar juntos.
Sin embargo, había alguien que podía desafiar al Dios Rey, uno cuya astucia había conquistado mundos enteros. Al ver a Archaon cabalgando hacia él, Sigmar lanzó su poderoso martillo, pues sabía que la espada del Elegido podía matar un dios si se acercaba lo suficiente como para golpearle. Fue su mayor error, cuyas consecuencias se dejarían sentir durante siglos. Una ilusión conjurada por Archaon engañó a Sigmar, haciéndole lanzar su martillo no contra él, sino contra la mismísima grieta en la realidad desde la que las hordas demoníacas se desbordaban. Los cielos se resquebrajaron mientras Ghal Maraz, el Gran Rompedor, se abría camino de un reino a otro, dejando un rastro de destrucción masiva.
Al Dios Rey se le paralizó el corazón con la duda. La risa de Archaon fue larga y cruel, pues sabía que el poder de Sigmar se veía seriamente mermado al privarlo de su reliquia. Los Dioses Oscuros lanzaron un rugido de triunfo y Sigmar supo que la batalla estaba perdida, aunque siguió luchando igualmente con sus manos desnudas. Poco a poco, sus fuerzas se vieron superadas y el día acabó en una matanza sin fin.
Sigmar culpó a sus aliados tanto como a sí mismo de la terrible derrota y canalizó su ira en una serie de ataques desesperados. Intentando recomponerse, el panteón ideó nuevas estrategias y mantuvo la batalla en muchos escenarios de guerra, pero Gorkamorka acabó por hartarse de las continuas reuniones y la palabrería de Azyr. Al final, Sigmar, con lo que restaba de sus aliados, se lo jugó todo a una última carta en Todaspartes.
La Batalla por Todaspartes
Durante la Era de los Mitos, el lugar conocido como Todaspartes fue un centro de cultura y comercio en el que bienes y viajeros fluían de un reino a otro. Situada en el centro del cosmos, esta tierra conectaba con cada uno de los Ocho Reinos a través de unas enormes entradas llamadas Omnipuertas. De similar naturaleza al resto de portales dispersos por los reinos, estos pórticos permitían el paso de ejércitos enteros a cada uno de los Reinos Mortales. De este modo, esta extraña tierra era un nexo que proporcionaba un poder comercial y bélico sin igual a quien la controlara.
Sigmar concentró gran parte de sus fuerzas en Todaspartes, pues sabía que si el Caos lograba apoderarse de esta tierra, sería el fin. Junto a las huestes azyritas de hombres, elfos y enanos, las legiones de muertos vivientes se alzaban, de nuevo unidos contra el Caos. Sin embargo, cuando la batalla pendía de un hilo frente a la Omnipuerta de Shyish, los muertos de Nagash se volvieron contra las tropas de Sigmar sin previo aviso, pues aunque rencoroso, el Gran Nigromante también es paciente. Nagash huyó a través de la Omnipuerta y Sigmar loco de rabia fue tras él, abandonando a sus tropas a su suerte. Se abrió paso por el Reino de la Muerte destrozando todo lo que se interpusiera en su camino en busca de venganza, pero no la encontró. Todaspartes quedó en manos de Archaon y los Reinos Mortales fueron condenados.
Tyrion y Teclis, los últimos aliados del Dios Rey, regresaron finalmente a Hysh, abandonando todo intento de formar un panteón divino y se centraron en sus propios planes para salvar a su gente.
Una vez se calmó, Sigmar comprendió la realidad y no vio otra alternativa. Cerró las puertas de Azyr y aisló el Reino de los Cielos, dejando el resto de reinos a merced del Caos. Solo abandonando el manto de dios guerrero y abrazando el cetro del monarca divino podría vencer algún día. Durante años, buscó la manera de recuperar los Reinos Mortales mientras bullía de rabia por su derrota.
Nadie podría haber previsto lo lejos que sería capaz de llegar para conseguirlo.
A tomar por culo el martillo!
Perdón. Perdón.
Siempre me preguntaba que estaría haciendo Archaon todo este tiempo, ahora lo sé. Hay que decir que su maléfico plan para quitarle el martillo es tan cómico como infalible. Sigmar puede vencer los laberintos mentales de un Guardian de secretos, pero es engañado por el Archaon de mentira.
También tenía entendido que Archaon ahora iba por libre, intentando convertirse en un dios del caos por derecho propio, como hizo Be ´lakor antes que él.
@A. Puig: fue una combinación de habilidad de Archaon y acojone de Sigmar por la Matarreyes. Y sí, Archaon no le debe lealtad a ninguno de los cuatro dioses del caos, de hecho desprecia a todos los dioses, pero tiene mucha influencia entre los seguidores del caos.
A ver si le sale bien la jugada y se convierte en el quinto dios del Caos, sexto si contamos la Rata Cornuda (Séptimo con Malaal). Pero creo que está destinado a ser el Abaddon de Warhammer Fantasy, siempre alcanzando pequeñas victorias, pero sin ganar la guerra nunca. Por cierto, es un tanto extraño que los lagartos no forman parte del pantheon y los orcos sí. Podrían haberle dado a los saurios el reino de las bestias, pero ahora son seres de luz.
@A. Puig: lo de los lagarticos no se sabe bien. Honestamente, no tengo su nuevo battletome, pero no se les menciona ni en la era de los mitos ni en la del caos. Es de suponer que están librando sus propias batallas contra el caos en los Reinos Mortales, pero al no tener un dios patrón, no se unieron formalmente al panteón de Sigmar. Además, a falta de una explicación mejor, son más esencias estelares por así decirlo que seres mortales. Lo último que leí de ellos es que son los slann los únicos que quedan vivos como tal y están en Azyr, y el resto de tropas de lagartos son recuerdos de los slann que convocan para que se carguen al caos y luego desaparecen.
Cuando vaya tocando hablar de facciones me leeré todos los battletome bien y a ver si han cambiado su trasfondo.
La verdad es que Sigmar no tiene muchas luces. Se le da bien dar martillazos pero vamos, que es mas troglodita…
Falta alguien con un #TeamNagash en estas entradas.