Los Reinos Mortales son conocidos con ese nombre por una buena razón. Aquellos que viven allí pueden hacer lo que quieran con su vida y ese es un buen motivo para luchar. Sin embargo, todo lo que vive, desde el más pequeño insecto al mayor behemoth, encontrará antes o después el final de sus días. Cuando lo haga, se convertirá en uno con la muerte. En ese momento pasará a ser propiedad de un ser, y solo de uno, para que haga con su alma lo que considere apropiado. Ese ser es Nagash.
Sigmar no era el único que osaba arrebatarle almas a su legítimo dueño. En todos los Reinos, había quienes intentaban escapar de la muerte. Almas mortales cuyo deseo de supervivencia les empujaba a buscar secretos prohibidos para alargar antinaturalmente su vida o razas enteras que pretendían mantener una máscara de inmortalidad frente a la inevitable certeza de la muerte. Estos ladrones negaban su recompensa a Nagash, pues todas las almas al morir le correspondían al Dios de la Muerte por derecho propio.
En los Reinos Mortales, la magia satura la realidad. Aquellos que aprenden cómo controlarla, descubren que hay poco que no puedan lograr, incluso el poder de la vida y la muerte puede doblegarse a sus deseos. Sin embargo, los errores pueden cobrarse caros, dejando a un individuo atrapado entre la vida y la muerte, en una eternidad de locura y tormento, o convertido en un fantasma aullante que no puede más que perseguir a los vivos con envidia infinita. No obstante, nada de eso es comparable con el destino que es reservado para aquellos que llaman la atención inmisericorde de Nagash.
La Llamada de los Cielos
Eruditos, bardos, chamanes y skalds en todos los reinos han oído hablar de los Eternos de la Tormenta. Las historias de sus hazañas se han extendido, así como la esperanza que traen consigo, pues, aunque el Caos siga gobernando la mayor parte de la tierra, las piezas del plan de Sigmar empiezan a encajar.
Sin embargo, no todos se alegran de la intervención de Sigmar. Los ancianos más amargados opinan que hay traición en los métodos del Dios Rey, pues en la Era del Caos arrebató de la lucha a los héroes de los reinos mientras desafiaban al Caos, haciendo desaparecer de la historia linajes y asentamientos enteros.
Nadie había prestado una atención tan obsesiva al detalle como el Gran Nigromante. Nagash empezó a observar con recelo desde que Sigmar arrebató la primera alma a las puertas de la muerte. Los mejores entre los hombres y mujeres en vida son igual de fuertes en la muerte, y del mismo modo los lugartenientes y capitanes de Nagash son los mismos que ya lideraron sus a sus iguales en vida. Al principio, el Dios de la Muerte se contentaba con llevar la cuenta de las almas que le eran arrebatadas, esperando que algún día la deuda sería saldada, pero conforme el Dios Rey desnudaba los reinos de los mejores campeones, Nagash puso en marcha un reflejo oscuro de la búsqueda de Sigmar.
El Gran Nigromante mandó a sus hordas tambaleantes a buscar a los mayores héroes mortales, no solo en el Reino de la Muerte, sino en todos los reinos, y les ordenó reducir a los campeones allí donde los encontraran, ya que hasta el mejor espadachín puede caer si se le echan encima suficientes no muertos. Estos héroes también fueron reforjados de alguna forma, no como héroes resplandecientes, sino como esclavos sin mente, muertos vivientes listos para pelear en las guerras de castigo que estaban por venir.
Luz, sombra y lugares profundos
Los humanos no eran los únicos que desafiaban el dominio de Nagash sobre la muerte. En Ulgu y Hysh, las almas de los elfos rescatados de la esencia de Slaanesh volvieron a tomar forma. Muchas de estas criaturas elfas eran humanoides, muy parecidas a su forma anterior excepto por un sutil brillo de energía centelleante. Otros fueron reformados en extrañas formas, pues la magia que corría en su interior les cambió. Algunos de los que nacieron en el Reino de la Luz eran seres luminosos de razón pura. Aquellos que recibieron la nueva vida en El Reino de la Oscuridad eran a la vez majestuosos y terribles.
Sin que tan siquiera Malerion lo supiera, su madre Morathi estaba extrayendo almas de la forma yacente de Slaanesh en su búsqueda de la auténtica divinidad. Sus habilidades en el arte de la ilusión le permitieron crear ejércitos híbridos de elfos sin que Tyrion, Teclis y Malerion lo supieran. Por desgracia, los hijos de Slaanesh fueron atraídos hacia Ulgu debido a la gran cantidad de almas elfas arrebatadas a su dios. Al detectar la esencia del Dios del Placer, cayeron en un obsesivo frenesí de éxtasis, en contraste con la fría ira de Nagash, pues al robar almas de los elfos muertos del Mundo Pretérito, Morathi había atraído la ira no de una, sino de dos deidades.
En los lugares más profundos de los Reinos Mortales, se ocultaba una civilización que había pasado desapercibida por las demás razas. Estos eran los Idoneth Deepkin, los primeros elfos que fueron rescatados de la muerte y el tormento espiritual de Slaanesh. Liberados de su existencia pesadillesca, huyeron aterrados incluso de su salvador Teclis, en busca de los lugares más oscuros que pudieron encontrar para huir de su captor. Y no hay mejor lugar para esconderse del dios del exceso que uno donde la vista, el oído e incluso el tacto no se podían experimentar. Los Idoneth se aislaron a sí mismos en las profundidades abisales de mares y océanos tan profundos y remotos que ni Nagash ni Sigmar fueron conscientes de su existencia. Sin embargo, las estratagemas de los Dioses Oscuros hicieron salir a la luz a los Idoneth. Cuando Nagash los descubrió y averiguó su origen, los juzgó por escapar de la llamada de la tumba y responderían por sus crímenes.
La esencia de dioses y hombres
En cada reino la historia era igual, pues en todas las razas hay quien trata de engañar a la muerte. Los fragmentos del alma de Grimnir, destrozados por Vulcatrix y convertidos en el precioso material conocido como ur-oro, eran celosamente acumulados por las logias de Fireslayers. Los Seraphon habían abandonado hacía mucho el plano físico, pero sus Maestros Estelares los preservaban del olvido gracias a recuerdos tan poderosos que podían hacer que sus ecos corporales se manifestaran a voluntad. Hasta los Dioses del Caos se imponían sobre el legítimo diezmo de Nagash. Sus seguidores vendían sus almas a cambio de poder y una larga vida, y a cambio de ello se condenaban a una existencia de horrores irreales o ascendían al rango inmortal de Príncipe Demonio. Cada excepción enfurecía más a Nagash. Pronto se vengaría, pues aun teniendo la paciencia de una tumba, no estaba dispuesto a esperar para siempre.
Parece que nagash tiene sus motivos para liarla muy parda 😀
@gixeska: lo gordo se viene en la siguiente entrada. Nagash prepara un plan que cambiará el equilibrio de poder en los Reinos Mortales.
Algo me suena ?
Pobre Nagash. Es el único que se queda las almas, y todos los demás le copian la idea.
Emprendedor vs los listillos. Como la vida real.
A nadie la da pena Nagash?
Lo parten en dos (Archaon), le roban lo suyo (almas), le esconden sus juguetes (Orpheon), le quitan las pilas a su segunda pirámide (eso debe joder lo suyo… ya van dos veces)… vamos que el chico no debe estar muy contento en los Reinos Mortales.
Seguro que está Nagash en su pirámide pensando «En el Viejo Mundo vivía mejor»…
Gracias por estos artículos, Felur!