Martes, día para un nuevo artículo de trasfondo. Vamos con el penúltimo de la serie. Es más largo que el resto pero con razón. Es un capítulo muy importante dentro del mundo de Conquest ya que la Caída asienta las bases de la era actual del juego. Cuenta las consecuencias de proporciones bíblicas de las Cruzadas del Norte. Una historia sumamente épica.
Un Colapso Gradual
La Caída no es realmente un evento concreto, si no un periodo que va desde que el Caelesor declaró las Cruzadas del Norte hasta el cataclismo que acabó con casi toda la vida en el mundo. Es decir, unos 300 años de escalada de tensiones entre las razas de Eä y la incertidumbre social y política en el Dominio.
Siempre se cuestionó la necesidad de las Cruzadas del Norte. La supuesta victoria, incluso más. El Dominio controlaba menos de veinte Legiones por lo que perder en una sola campaña la totalidad de cuatro supondría un factor de inestabilidad para el imperio.
Más desestabilizante fue la desaparición de Hazlia. Los religiosos más devotos ya no oían su Palabra ni se obraban milagros. Su silencio tras las Cruzadas aterró a la población.
Sin la legitimidad de Hazlia, el puesto del Caelesor y toda la estructura de poder del Dominio corría peligro. De hecho, las distintas autoridades del imperio decidieron destituir al Caelesor actual, reemplazándolo por alguien que estaría de todas formas también en una situación vulnerable ya que no contaba con la aprobación de su Dios.
La infraestructura burocrática del Dominio empezaba a desmoronarse, mientras que las fuerzas “pacificadoras” de las Legiones se veían desbordadas para mantener la paz social al ver sus efectivos reducidos de forma tan abrupta.
La Iglesia encontró el chivo expiatorio perfecto para explicar todos los problemas que tenía el Dominio: los Engendrados. Estos seres eran sirvientes híbridos animales-humanos producidos por los Spires y cedidos al Dominio como moneda de cambio para mantener la paz entre ambas razas. Serviles y pacíficos, vieron como la población enfurecida y cegada por el fervor religioso descendía sobre ellos sin piedad.
Tardaron poco en extirpar cualquier presencia de los Engendrados en la sociedad. Sin embargo, los híbridos eran una pieza fundamental para la economía del Dominio ya que llevaban todo el peso de la mano de obra. En el corazón del imperio apareció de nuevo la esclavitud de seres humanos para suplir la falta de trabajadores. Otro paso más en la escalada de disturbios y malestar social.
A medida que el poder de Capitas perdía el control, el Caelesor decidió reagrupar a las Legiones en la capital para intentar apuntalar su autoridad. No todas las Legiones atendieron la llamada. La XII, una Legión medio olvidada y exiliada por venerar en “secreto” a Cleon, se negó a ceder ante la burocracia de la capital. Juró mantener su posición asignada en el oeste, zona que requería el importante trabajo de proteger y ayudar a los cada vez más numerosos refugiados que huían del Dominio.
Las autoridades centrales mandaron dos Legiones para castigar su desobediencia. Pero una de estas Legiones se unió a la XII y juntas destruyeron a la otra. El poder militar del Dominio estaba realmente comprometido por lo que el Caelesor, preso de la paranoia, ordenó la disolución de todas las Legiones que quedaban, aunque de poco sirvió.
El deterioro total parecía ya irreversible con el sistema atrapado en una espiral de autodestrucción. Se nombraba un nuevo Caelesor cada dos por tres, en un intento en vano de revertir la balanza. Estallaron también múltiples conflictos religiosos, con distintas facciones del Panteón tratando de reemplazar la supremacía del ausente Hazlia.
En un intento desesperado por reunificar el Dominio, el Caelesor Manuel II pensó que la solución para todo era otra guerra. En un movimiento poco inteligente, declaró una cruzada contra los Spires argumentando que el “regalo” de los Engendrados era una táctica de los extraterrestres para destruir desde dentro el Dominio.
Pillados desprevenidos, muchos Spires y Tejedores murieron a manos de los ejércitos humanos que se lanzaron sobre ellos sin aviso. Pero la respuesta no se hizo esperar, las armas biológicas Spires y huestes Tejedoras descendieron sobre el Dominio con gran furia. Arrasaron tierras que ya de por sí estaban deterioradas, muerte y locura desatadas en el Dominio.
Atraídos por la guerra que ocurría en la superficie, los Dweghom se pusieron en marcha. Dejando de lado sus Guerras de la Memoria, hicieron causa común al reanudar sus conflictos milenarios con sus antiguos enemigos.
Los Spires temían una alianza entre el Dominio y los Dweghom por lo que concentraron todos sus esfuerzos en eliminar por lo menos uno de estos actores antes de acabar en el otro. Esto explicaría la implacable fuerza que dedicaron en destruir el Dominio. Una lectura equivocaba, ya que los Dweghom solo buscaban nuevos enemigos y siempre han querido machacar especialmente a aquellos que trataron con Dragones.
Atrapados en dos frentes, los Spires empezaban a producir cada vez más horrores en sus lúgubres laboratorios subterráneos. De las terribles monstruosidades creadas, concibieron una raza diseñada específicamente para la guerra. No servirían en principio para nada más. El arma biológica definitiva. Tras años de investigación, los Wadrhûn fueron por fin soltados cual bestias salvajes sobre los enemigos de los Spires.
Los Wadrhûn asolaron toda la zona que se conoce hoy en día como las Tierras Yermas, las provincias ahora vacías al oeste del Dominio. Pero el colapso real del Dominio no se debió a la intervención externa, sino a la podredumbre interna.
Por si no fuesen suficiente todos los problemas sociales, políticos, económicos y religiosos que tenía el Dominio, la estocada final vino del lugar más inesperado…. el propio Hazlia.
El Dios volvió a aparecer pero parecía claramente demente. No se sabe a ciencia cierta que ocurrió pero los eruditos especulan que el desequilibrio en el culto del Panteón acabó por hacer jirones la mente de Hazlia. De la misma formo que Él creo el Panteón precisamente para controlar la absorción de poder fruto de las plegarias de sus seguidores, su ambición por eclipsar a los demás Aspectos le llevó a consumir más de lo que podía tragar. O quizás algún evento desconocido de las Cruzadas del Norte le llevó a tal situación.
Sea cual sea la verdad, los entonces dirigentes del Dominio estaban convencidos de que el inestable Hazlia quería destruir su creación, quizás por ser una forma de poner fin a su culto y mantener algo de cordura. Para salvar el Dominio, los dirigentes tenían dos planes.
Por una parte buscarían preservar el legado del Dominio. Uno de los líderes, Constantius Domulexor, reunió a las mentes más brillantes en Valutum, la mayor librería de la historia de Eä. Se llevaron consigo todos los manuscritos posibles en barcos, navegando hacía una nueva tierra en el sur. Estos eruditos fundarían las Ciudades-Estado, lo más parecido al Dominio en poder y conocimiento desde la Caída.
Por otra parte, otro de los dirigentes del Dominio, cuyo nombre ha sido borrado de los anales de la historia por su blasfema labor, buscaría matar a su Dios. Se dice que a través de intensas investigación llegó a entender la esencia de Hazlia y la fuente de su poder (ie. que Hazlia era una Fragmento de la Creación). Reuniendo a los magos más poderosos del Collegia, pusieron en marcha un ritual diseñado para destruir Hazlia.
Canalizando la energía de cien magos y guiados por la fe que aún vinculaba Hazlia a su pueblo, golpearon la esencia de Hazlia con el poder elemental del Equilibrio. El Dios fue gravemente herido por tal ataque, incrementando más aún su inestabilidad al verse traicionado por sus supuestos adoradores.
Hazlia cayó del cielo, pero no antes de arrastrar consigo su palacio celestial, dispuesto a asolar el Dominio en un cataclísmico choque. El Dios moriría y en el proceso exterminaría a la humanidad.
Mientras sus fieles e ignorantes seguidores cantaban himnos celebrando su vuelta a la tierra de los mortales, los esfuerzos combinados de la Última Legión y los sacrificios de Ninuah y Celon fueron lo único que impidió que la humanidad desapareciera por completo.
La Última Legión
Antes del colapso del Dominio, las Legiones tenían prohibido tener un patrón del Panteón. Pero era un secreto a voces que la Legión XII, con el nombre de Pertinax, rendía culto a Cleon. No era algo lo suficientemente grave como para ordenar la disolución de la Legión pero para quitarlos de en medio, la Legión fue asignada al área más al oeste del Dominio en una especie de medio-exilio.
Esta zona estaba habitada por la tribu de los Keltonni además de enclaves de Spires y Tejedores. Pacificaron el territorio desde su base de operaciones, la Barricada, una fortaleza construida justo en el paso más ancho de las montañas Claustrinas. Lejos de la corrosiva influencia política de Capitas, la XII improvisaron su mandato de proteger el paso y los habitantes de la zona.
La mayoría de los conflictos a los que se enfrentaban no eran batallas campales, sino pequeñas escaramuzas e incursiones en los estrechos pasos montañosos. Con el tiempo, esta Legión abandonó las prácticas militares habituales del Dominio. No se centraban en los legionarios como un ejército compacto, sino que empezaron a equiparlos con armas y armaduras mucho más pesadas e individualizadas. Se adaptaba mejor a sus necesidades y tales cambios eran de todas formas ignorados por las autoridades del Dominio, que casi se habían olvidado de la Legión.
La poca importancia que se les prestaba desde la capital obligó a la Legión a hacerse cargo ellos mismos del reclutamiento y mantenimiento de su equipo. Con el tiempo, empezarían a desarrollar sus propios diseños de armaduras y ornamentos, asentando las bases de lo que serían las Órdenes.
Durante la Caída, la XII fue la que menos sintió los efectos por estar tan apartada. Además, debido a su condición de autosuficiencia, aguantaron la tormenta mucho mejor.
El objetivo de la XII era evacuar a la población, asegurándoles un pasaje seguro por las montañas. Parte de esta población no era del Dominio, si no tribus que siempre habían buscado independencia y ahora huían definitivamente de esas tierras.
La tribu de los Keltonni era un ejemplo de ello, liderados por druidas que rendían culto a Ninuah. La cercanía de la Madre con Cleon, patrón de la Legión, dio lugar a un entendimiento mutuo entre ambos bandos. Algunos Keltonni incluso se unieron a las filas de la XII para ayudar en la evacuación.
Proteger y evacuar a la población significaba luchar contra todos aquellos que se aprovechaban y explotaban maliciosamente las terribles circunstancias. Persecuciones religosas, esclavistas, nobles que aún creían poder expandir su territorio, saqueadores, Spires oportunistas…. larga era la lista de enemigos de la Legión.
Como mencionado anteriormente, las Legiones fueron reclamadas por la capital pero la XII se negó, decidiendo que salvaguardar el pueblo era su deber. Las dos Legiones que el Caelesor mandó para aplacar la desobediencia fueron la IV, Aurea, veteranos especializados en apoyos mágicos e ingeniería pero con pocos efectivos, y la Legión XVII, Fortuna, recién creada y sin experiencia pero muy numerosa.
Los generales del Dominio le dieron el mando a la Legión XVII, puramente por motivos políticos ya que militarmente no habían demostrado nada. Tras los primeros asaltos contra la Barricada, los planes de batalla diseñados por la XVII le parecieron un tanto extraños a las otras dos Legiones. Parecía bastante evidente que el objetivo del Dominio era que la XII y IV se matasen entre ellos mientras que la XVII se mantenía expectante.
El plan inicial de eliminar dos Legiones veteranas y con lealtad cada vez más cuestionable resultó contraproducente para el Dominio. La IV se unió a la XII y juntas acabaron con la Legión novata, para disgusto de la capital. Durante el transcurso de este conflicto se registraron los primeros testimonios de la intervención de Cleon, bendiciendo a los guerreros de las Legiones. Algo que luego perduraría en las Órdenes.
Reforzados con nuevos efectivos y el favor de un Dios, la Legión renegada siguió su labor de protección mientras que el Dominio se embarcaba en su “guerra santa” contra los Spires. Al haber un auténtico exilio hacia el oeste, los dirigentes prohibieron el desplazamiento entre comunidades autónomas provincias y mandaba al frente de batalla a cualquier civil en condiciones de combatir.
La leva ciudadana mal equipada y sin formación militar era presa fácil para las fuerzas de los Exiliados, causando estragos en los niveles demográficos del Dominio. El terror que inspiraban los Spires y una muerte segura no hizo más que aumentar dramáticamente la cantidad de refugiados. Poco importaban ya las amenazas del Caelesor y la opresión del Estado.
Entre la población empezaron a circular las historias Keltonni que cuentan la leyenda de una tierra prometida más allá de las montañas Claustrinas. Mientras huían, en el corazón del Dominio luchaba la Última Legión (alianza de la XII, IV y algunos Keltonni, bendecidos por Cleon). Fueron la única fuerza humana que aún mantenía su posición ante Spires, Tejedores, Dweghom e incluso Wadrhûn, en los primeros encontronazos entre los bio-guerreros y humanos.
En esos momentos, cualquiera de las razas antiguas podía haber arrasado hasta los cimientos el Dominio. Solo el cambio de humor de los Dweghom lo impidió. Perdieron interés en aniquilar refugiados y ciudades ya de por si derruidas (¡eso no aportaba suficiente Aghm!), pasando a ensañarse con sus enemigos Spires. Este cambio de situación permitió a la Última Legión evacuar miles de civiles antes que el cielo se transformara en una gigantesca bola de fuego, Hazlia estrellándose por fin contra la que fuera su mayor creación.
El cielo oscureció y llegó el Largo Invierno.
Mientras los supervivientes exploraban la nueva tierra, la Última Legión quedó atrás, sellando el paso por las montañas. El Dominio se había convertido en un lugar oscuro, sin vida… Solamente quedaban aquellos que habían perdido la razón, caníbales y criaturas siniestras. Lo que vieron y experimentaron los Legionarios que quedaron atrás se desconoce, aunque se rumorea que en las profundidades del Templo Sellado existen libros con los detalles. Pero a las Órdenes no les gusta compartir secretos.
Después de la Caída
Aunque no les guste admitirlo, la Caída fue un revés durísimo para los Spires. El rumor que los Engendrados eran un regalo de los Spires para destruir el Dominio era verdad, ya que el Soberano esperaba que sus creaciones fuesen una parte indispensable a la sociedad y economía humana. Y al ser exterminados borrarían de un plumazo la capacidad operativa del imperio.
Esto acabaría siendo exactamente lo que pasó, entre muchas otras razones. Pero los Spires no se esperaban que el deterioro del Dominio fuese tan absoluto hasta el punto de que un Dios cayera sobre Eä y arrasara todo aquello en un radio de cientos de kilómetros. Sus predicciones se quedaron bastante cortas. Desde luego habían subestimado la capacidad de los humanos en autodestruirse.
La reanudada guerra contra los Dweghom junto a la Caída les costó cinco torres Spires, reduciendo el número de estas estructuras al este de las montañas Claustrinas a solo tres. Las torres Spires tardan milenios en germinar y madurar hasta convertirse en estructuras orgánicas que albergan millones de recursos. Perder cinco en tan corto periodo de tiempo requería acciones inmediatas. Además, el Proyecto Wadhrûn quedó cancelado por la situación de urgencia, a pesar de mostrar unos inicios prometedores.
Lo primero que hizo el Soberano fue rebuscar entre los escombros de los Bastiones Dweghom que estaban en el Dominio, ya que muchos milenios antes, estas fortalezas fueron el hogar de los Dragones. Recordando la Primera Guerra, los Spires sabían que dentro de estos lugares estaban todos los bienes, materiales y artefactos que los dracos les habían robado tanto tiempo atrás.
Era una acción arriesgada ya que los propios Dweghom merodeaban las tierras muertas del Dominio, recuperándose del acontecimiento. Estos habían aprendido de los errores pasados y no llegaron a movilizar la mayoría de sus fuerzas durante la Caída. Por ello, pillaron desprevenidos a los Spires que acechaban entre las ruinas.
Por suerte para los Spires, cerca del Bastión Ghabol’ Domn encontrar la carcasa intacta de un Dragón Antiguo, algo extremadamente inusual, lo cual les daría una cantidad ingente de biomasa de primerísima calidad. Solo por eso, el Soberano se dio por satisfecho a pesar de haber perdido la mitad de los recursos y población Spire.
La popularidad del Soberano entre los Linajes supervivientes era muy baja, veían con recelo su negativa a compartir aquello que descubrió en Ghabol’ Domn. Para ganarse de nuevo el favor de posibles rivales, el Soberano decidió que a partir de ese momento, los distintos Linajes tendrían permitido crear rutas comerciales con las “razas inferiores”. Consideraba que la apertura comercial y perspectivas de beneficios mantendría demasiado ocupados a los Linajes, en vez de conspirar contra él.
Como de costumbre, las maquinaciones del Soberano siempre engendran consecuencias inesperadas. En este caso, la apertura de los Spires hacia otras razas dio lugar a la ascensión de una nueva clase: los Príncipes Mercaderes. Jóvenes nobles Spires con mucha ambición y pocos escrúpulos. Serían un nuevo quebradero de cabeza para el maestro conspirador.
Con la llegada del Largo Invierno, una paz forzada se asentó en Eä. Los Nords se recuperaban de la destrucción de su cultura, los Dweghom y Spires se lamían las heridas de tres siglos de conflicto y los refugiados humanos plantaban las primeras semillas de una nueva sociedad.
Muy interesante y ahora mismo la entrada que mas me ha gustado de Conquest. Con ganas de leer más!
Pues se me ha hecho corta y me ha dejado con ganas de leer más. Muchas gracias!
Este lore está muy bien. Gracias por el esfuerzo que haces al traerlo aquí traducido.