Y finalmente, el último Mortarca hizo su aparición. Nagash había reservado a su más fiel súbdito la misión más importan: llevar su venganza a los altivos elfos que habían osado atacar sus territorios en Shyish.
El Portal del Reino conocido como Agujero Negro se alzaba en los territorios salvajes de Ymetrica, largo tiempo olvidado por los Lumineth que antes de la Era del Caos hoyaban esa tierra. Una a una, motas de fuego verde fueron encendiéndose alrededor del Portal y lanzas sujetadas por manos esqueléticas empezaron a atravesarlo. Los Ossiarch habían llevado la guerra a Hysh y junto a las legiones de Guardia Mortek se alzaban gigantescos Gothizzar y Morghast alados. Y tras todos ellos llegó Arkhan el Negro en persona montado en su terror abisal Razarak.
Los elfos de Ymetrica percibieron la intrusión en el mismo momento de producirse, pero sabían que enfrentarse a Arkhan tan cerca de un Portal al Reino de la Muerte sería nefasto. Así, enfrentaron a sus enemigos en un valle cercano rodeado de altos picos en apariencia insalvables, pero en realidad estrechos pasajes solo conocidos por sus habitantes se abrían en la cordillera. Cuando los Ossiarch marcharon sobre el valle para asegurar la zona del portal, Arkhan sintió el peligro antes de producirse y a una orden telepática de su maestro las tropas no muertas retrocedieron sobre sus pasos. Sin embargo, la trampa ya se había disparado y los elfos saltaron sobre los invasores. Lo que debía ser una emboscada sencilla resultó en un campo de matanza mientras las catapultas Ossiarch y los monstruosos Gothizzar se cobraban un sangriento peaje por el error de los Lumineth. La magia hyshiana resultó inútil, pues los rayos de luz que los magos lanzaban contra los no muertos se disipaban en volutas de humo. Esta legión no era otra que la Miríada Nula, alzada de los esqueletos que habían construido la Pirámide Negra de Nagash, y la magia más poderosa no les dañaba más que una tormenta.
La desesperación de los Lumineth al ver sus ataques físicos y mágicos inútiles contra sus enemigos era palpable en el ambiente, mas no duró. La Dama del Velo, un ser de gran belleza y solemnidad, neutralizó rápidamente la energía negativa de sus compañeros y la dirigió contra sus enemigos. Con un delicado gesto, una nube de vapor psicoactivo emergió de su mano. El avance Ossiarch se detuvo, los soldados resintiéndose por la desesperación condensada. Sin embargo, allí donde un ejército mortal o incluso otra legión habría sucumbido, la Miríada Nula se mantuvo firme. Para el anochecer, las montañas que rodeaban el Agujero Negro estaban en poder de Arkhan.
Reconociendo que el ataque frontal era inútil contra los no muertos, los Lumineth cambiaron de estrategia. Las balistas élficas eran lo suficientemente ligeras como para transportarlas por terreno montañoso y sus flechas probaron ser eficaces contra los constructos óseos. Con ojo preciso, los artilleros eliminaron gran cantidad de soldados y acertaron sobre los Mortisans cuando estos se revelaban al recomponer sus líneas. Ataques relámpago de guerreros Alarith hicieron retroceder momentáneamente a los Ossiarch, momento que los magos aprovechaban para incinerar sus restos, pues la protección mágica de la Miríada tenía poco efecto cuando el hechizo que mantenía en pie al esqueleto se deshacía. Sin embargo, no fue sino un gran sacrificio lo que mantuvo la invasión a raya. Los Lumineth empezaron a quemar a sus caídos. Esto era un gran tabú en su sociedad, pues las almas de sus hermanos no encontrarían la paz si sus cuerpos no se enterraban con los rituales adecuados. De no ser por la presencia de la Dama del Velo, la desolación que sentían los guerreros elfos habría desestabilizado al ejército entero. Este fue el punto de inflexión en la invasión de Hyish, pues los Ossiarch no disponían de materia prima para rellenar sus legiones y los agiles ataques Lumineth hicieron mella en ellos.
Con un grito, Arkhan transportó a sus fuerzas de vuelta al Portal antes de que el hechizo corruptor hubiese terminado. El aire estaba teñido de oscuro y en la montaña una ventisca se arremolinaba, que no era sino las cenizas de Ossiarch y Lumineth mezcladas al viento. Dejando una pequeña fuerza en esa posición, llevó al resto de su ejército de vuelta a Shyish.
Un segundo portal había sido escogido como vía de invasión en caso de emergencia. Esta vez, Arkhan emergió en Hysh a través del Portal de Paradoja, no en el centro del reino, sino en el Desierto del Fin situado en el límite del Reino. La magia en los extremos más alejados del centro era incontrolable y cualquiera que se aventuraba en ella vería como su cuerpo se cristalizaba en cuarzo o quedaría ciego y vería cosas imposibles al mismo tiempo. Estos efectos poco hacían contra los no muertos, menos aún contra huesos que habían cargado con la magia de la Muerte con sus propias manos. Aunque no sería tan potente, la corrupción de este portal bastaría para condenar buena parte de Hysh. Solo alguien como Arkhan podría llevarlo a cabo, pues el liche era tan poderoso que no necesitaba sacrificio alguno para realizar el ritual, solo su puro poder arcano.
Asaltados por una premonición del desastre enviada por Celennar, el Consejo Scinari supo de los planes de Arkhan. Ahora se enfrentaban a un dilema: si ignoraban los trabajos del lugarteniente de Nagash, las tierras cercanas al Portal se enfrentarían a una marea de muerte que acabaría condenando todo el Reino. Sin embargo, cualquier ejército que mandaran para impedirlo moriría irremediablemente por la magia desatada de los límites de su Reino. ¿Quién podría liderar semejante empresa suicida? La respuesta llegó en forma de una alta figura hecha de luz. Uno que ya había cruzado espadas con Arkhan en el pasado. Uno que había muerto por la mano del liche en un intento por detener el regreso del Gran Nigromante. Uno cuya reencarnación en los Reinos Mortales parecía haber sido realizada con este propósito. Eltharion, ahora convertido en una armadura hueca, ayudaría a su gente en tiempos de necesidad y se cobraría una justa venganza. Fieles al antiguo señor élfico, varios guerreros se unieron a él con el fin de salvar a su pueblo y de ayudar al espíritu a encontrar la paz. Muy pocos llegaron hasta el Portal de Paradoja, pero los más testarudos y decididos consiguieron seguir a su señor hasta el final.
Allí, en medio del Desierto del Fin se alzaban dos grandes columnas sobre una gran duna. El Portal a Shyish. En la base de la colina, numerosas filas de Ossiarch permanecían inmóviles, protegiendo al liche que se encontraba en lo alto frente al Portal. “El fin está cerca”, dijo Eltharion. “Esto, como todas las cosas, debe terminar”. Y blandiendo su espada se lanzó a la carga. Una lluvia de flechas surgió de los arcos de los Lumineth que ahora con fervor pretendían llevar a término su misión. La Luz de Eltharion les guiaba. Pronto, un camino quedó despejado entre las filas de Guardia Mortek.
“Un eco de venganza insatisfecha”, dijo Arkhan con voz seca. “Qué patético”. El liche se dividió con un parpadeo y luego otra vez más, hasta que cinco figuras de Arkhan se alzaron en lo alto de la duna, cada una de ellas montada en su terror abisal. Eltharion adelantó a todos sus seguidores con velocidad inhumana y lanzó un rayo de luz desde su espada, que disolvió la imagen central en un millar de fractales. El Razarak de más a la izquierda abrió sus fauces y sus mandíbulas se cerraron en torno al pecho de Eltharion, pero simplemente lo atravesaron. Nada sostenía la armadura del antaño señor elfo. El espíritu giró su espada y esta vez un rayo de luz incidió desde la joya de su yelmo contra la hoja, refractándose en varios haces que eliminaron tres de las copias restantes del liche. Eltharion saltó en un parpadeo y Razarak se interpuso entre su amo y el vengativo espíritu, pero no podía esperar igualar la velocidad de su espada. Luz púrpura oscura surgió de las heridas del liche. Soltando una maldición, Arkhan alargó su mano para agarrar la garganta de su némesis. Era esa misma mano la que había reducido a polvo el cuerpo de Eltharion eones atrás. Sin embargo, esta vez la garra no encontró nada a lo que asirse. La esencia de Eltharion ardió y Arkhan gritó mientras sentía como los conjuros que mantenían su cuerpo se deshacían. Con desesperación, se tiró de su montura en dirección al Portal, pero el espíritu élfico era demasiado rápido. Con una última estocada, Eltharion hundió su espada en el pecho de su odiado enemigo y una explosión de luz y oscuridad se extendió por el desierto.
RIP Arkhan. Tenia que pasar, y al final pasó!
Gracias por la entrada!