El duelo sobre el monte Avalenor era una lucha de titanes, una batalla épica de hechicería que se libraba tanto en el plano físico como en el astral. La historia que se contaría después sobre ello resonaría en todos los Reinos Mortales y los sabios dirían que la batalla era inevitable desde que Nagash recogió el primer grano de arena para construir su Pirámide. Quizá Teclis y Nagash lo sabían de cierto modo, incluso cuando eran aliados en el Panteón del Orden. Ambos dioses sabían que llegaría el día en que sus dotes arcanas serían puestas a prueba por el otro y ahí estaban los dos en la cima de su poder.
Celennar fue la primera en golpear. Hysh había sufrido mucho bajo las garras del Gran Nigromante y la verdadera luna del Reino no iba a tolerarlo un segundo más. Una serie de coros melifluos surgieron de la máscara impasible de la esfinge. Era la música de las esferas, el sonido más profundo del cosmos que enmudecía todo lo demás y ni siquiera las mayores palabras de poder podrían pronunciarse en su presencia. Sin una voz, un hechicero humano no podía conjurar ni el más sencillo de los hechizos. Sin embargo, al Gran Nigromante no le hacía falta articular palabra y con un pensamiento una jaula de brazos esqueléticos, unidos unos a otros por las manos, apareció en torno a Celennar. La esfinge destelló con luz multicolor, quemando muchos de los miembros, pero siempre aparecían más para sustituirlos. Las manos empezaron a moverse, estrechando el lazo que rodeaba a Celennar hasta que los huesos se clavaron en la piel y plumas de la esfinge. La música de las esferas se silenció en el acto.
Las cuencas vacías de Nagash destellaron mientras alzaba el báculo Alakanash y lanzó una brillante lanza de llamas amatistas contra Celennar. Teclis fue rápido en su respuesta y envió una ola de magia anuladora para repeler el hechizo, pero no sin producir un estallido ensordecedor de energía redirigida, justo como Nagash había planeado. El Dios Mago pudo conjurar un escudo protector para evitar el impacto, pero la atrapada Celennar salió despedida. Hubo un chillido estridente, un cambio en la presión atmosférica y un pitido en los oídos de Teclis, mientras el espíritu se retiraba hacia la luna.
Con el Nadir de Shyish dándole poder desde la distancia, Nagash era imparable. El gigante esquelético soltó una terrible ristra de sílabas que hizo vibrar el aire en torno a sus mandíbulas y Teclis sintió por un momento como una mano se cerraba en torno a su garganta. Abriendo su ojo interno, Teclis vio como la oscuridad se cerraba en torno a él, con brazos fantasmales arrastrándolo hasta el abismo. Arena negra surgió de su boca mientras escarabajos de sangre roían sus entrañas y un sol negro de corona púrpura le calcinaba la piel. Cualquier de estos destinos se habría hecho realidad si el Dios Mago hubiera cedido al terror. Apretando los dientes y con el sudor recorriendo su cuerpo, Teclis llamó a su calma interior. De pronto, una luz emanó de él, tan potente que atravesó al aura de negatividad que rodeaba a su enemigo. Espectros que habían estado unidos a Nagash desde tiempos inmemoriales fueron erradicados; no fueron devueltos a Shyish, sino que fueron completamente exterminados. Y luego, todos a la vez, los nueve grimorios escritos con piel humana, que habían sido el primer peldaño en el ascenso al poder del Gran Nigromante, ardieron.
El gritó que profirió Nagash fue tan terrible que la montaña a sus pies se resquebrajó y avalanchas de roca cayeron sobre la batalla que se libraba más abajo. Teclis se vio forzado a taparse los oídos con las manos, notando como la sangre corría entre sus dedos. El terrorífico sonido amenazaba con destruir sus mismos pensamientos, pero entonces el Dios Mago conjuró dos esferas de luz que lo aislaron a él y a Nagash, enmudeciendo el espeluznante chillido del dios. Cerrando los ojos, el Dios Mago recurrió a la energía cenital que tantos siglos había estudiado y se translocó. De repente, el pico moribundo de Avalenor desapareció y todo lo que rodeaba a Teclis y su némesis fueron las estrellas. Allí en ese vacío, un alma podía mostrar el camino, iluminar un paso. Los ojos del antiguo ídolo de la diosa en la punta de su báculo parecieron encontrarlo. Observar, reflexionar, aprender…
Con el sonido de un trueno Nagash se transportó de su esfera a la de Teclis y ahora se encontraban frente a frente. El Dios de la Muerte rio mientras blandía a Zefet-Nebtar, la anciana hoja que hacía que la misma realidad dejara lágrimas negras a su paso. Teclis la detuvo con su propia espada, la mejor arma que los herreros Syari podían forjar, pero en comparación su poder era insignificante. El arma del Dios Mago se rompió y solo el báculo lunar pudo detener la antigua espada a menos de un palmo de su cabeza. Podía sentir su piel desprenderse debido a la cercanía del artefacto.
No, dijo Teclis. Rayos de luz pura surgieron de sus ojos e impactaron en el cuello de Nagash. Lo que habría atravesado incluso la armadura del Elegido al Gran Nigromante no le dejo más que una quemadura. Nagash desvió el cetro lunar y golpeó con su báculo Alakanash las costillas del dios élfico. Teclis pudo sentir como su cuerpo y esencia se deshacían de dentro hacia fuera. Tosió sangre y en un parpadeo el hechizo de traslocación se había roto. Allí estaban de nuevo sobre el monte Avalenor.
La batalla no solo transcurría entre las deidades. En el pico oriental más cercano, los Ossiarch habían levantado a toda prisa una fortaleza de hueso, sin siquiera desollar a sus víctimas. Los Alarith que con tanto esfuerzo habían escalado la montaña para enfrentarse a Nagash habían fijado la mirada en este nuevo objetivo y ayudados por los vientos Hurakan y sus heraldos montados se enfrentaron a las tropas del Gran Nigromante. Varios Mortisans vestidos con ricos ropajes se erguían sobre los muros de la fortaleza, sus manos esqueléticas extendidas en el aire mientras cantaban poderosos ritos que proporcionaban a su señor poder mágico largo tiempo acumulado. Uno a uno colapsaron, devorados por su Dios. Los Alarith y Hurakan renovaron su ataque, pues los Ossiarch estaban luchando a la defensiva. Si podían mantener su asalto, tal vez podrían eliminar toda presencia física de Nagash en Hysh aparte de él mismo y Teclis tendría una oportunidad. Con los dos dioses enfrentados en combate mortal, incluso la influencia de los mortales podía decantar la balanza.
Una docena de puentes de luz apareció en los picos cercanos a Avalenor, convocados por magos Scinari siguiendo órdenes de Teclis, y en cada uno de ellos una inmensa puerta de luz se abrió para dar paso a figuras gigantescas. Eran los Espíritus de la Montaña que durante eones habían permanecido a la sombra del gran pico y ahora acudían a salvar la montaña sagrada. Destellos amatista destrozaron algunos puentes de luz, mandando al vacío a varios elementales que tuvieron que emprender el ascenso desde el fondo. Sin embargo, no eran los únicos en ascender. Una gran horda de Cortes Necrófagas se había unido a la refriega y con sádico placer se lanzaron contra los Alarith que habían ascendido hasta Avalenor. El Archi-regente de los Necrófagos escaló uno de los Espíritus de la Montaña y destrozó su inmensa máscara, provocando su derrumbe. Sin embargo, los elementales no se detuvieron e incluso con cientos de Necrófagos subidos en sus cuerpos avanzaron hasta la fortaleza Ossiarch. Allí, sus poderosos martillos probaron su eficacia contra los muros óseos y la fortaleza colapsó en un estallido de hueso. Los Mortisans que estaban dando su poder a Nagash encontraron su fin junto a los muros caídos.
Mientras los Ossiarch restantes formaban un escudo de cuerpos esquelético, un destello apareció en las montañas opuestas a Avalenor. Era un brillo tan intenso que la horda de Necrófagos retrocedió mientras trataban de huir del fulgor cegador. La luz aumentó hasta cegar a los propios Lumineth antes de convertirse en un ordenado esquema de rayos que se abría paso por el crepúsculo. Al otro lado del valle, seis construcciones humanas sobre ruedas se alzaban, máquinas de intrincado mecanismo cada una de las cuales poseía un juego de lentes hechas de cuarzo aetérico. Tras ellos, un gran portal luminoso dejaba ver las agujas de la ciudad de Settler’s Gain. Y entre los picos montañosos estaba Celennar, la verdadera luna brillaba con más intensidad que nunca, probablemente igual de brillante que los otros Reinos veían a Hysh cada día. A la orden del archimago Alzerne, la luz lunar de Celennar fue cuidadosamente concentrada a través de los ingenios de luz conocidos como los Grandes Luminarks de Xintil. Seis lanzas de energía lunar atravesaron el aire, perforando la oscuridad y golpeando a Nagash en el pecho, las piernas e incluso el rostro.
Esta era la oportunidad que Teclis necesitaba, una que el mismo había puesto en marcha con la fundación de la ciudad de Settler’s Gain. En ese momento, el ingenio de luz Llama del Intelecto se movió para recibir la luz de la Torre de Prios, solo visible como un lejano faro en el horizonte. Las lentes Luminark enfocaron el rayo de luz procedente de esa lejana ciudadela de cuarzo aetérico y lo proyectaron sobre la calavera de Nagash. Sonriendo en su momento de triunfo, Teclis consumió la energía residual de todas las gemas de cuarzo aetérico de los Lumineth de la batalla y un millar de pequeñas llamas convergió sobre el Gran Nigromante. Con su enemigo mortal cegado y tambaleándose, Teclis utilizó aquellos rayos para forjar cadenas de luz. Tal y como había atrapado a Slaanesh en eras pasadas, esta vez encadenó al Dios de la Muerte al monte Avalenor. Y aplastando a los Ossiarch que corrían en auxilio de su maestro llegaron los Espíritus de la Montaña, quienes alzaron sus gigantescos martillos por encima de sus cabezas y golpearon el cuerpo del Gran Nigromante con la fuerza de los eones. Una y otra vez golpearon los elementales, cada golpe aplastando los huesos de su enemigo. Atrapado por las cadenas de luz, Nagash no pudo resistir. Un dios fue destruido ese día, su forma física pulverizada, aunque algunos Lumineth juraron ver una sombra escapar de la jaula de luz y volar al norte hacia el Portal Agujero Negro.
Brillando con poder, Teclis reclamó las cadenas de luz con las que había atado a su némesis y tomó control de las lentes de los Luminark, apuntándolas hacía el cielo en riguroso orden para formar una constelación artificial. Con los Ossiarch vagando sin rumbo ahora que su amo había sido derrotado, los Lumineth observaron con reverencia la forma que se dibujaba en el firmamento. Desde el cosmos, estas luces configuraron un pictograma: Danathroir, la runa del destierro y la santidad.
En ese instante, con Nagash exorcizado y la luz de Hysh extendiéndose por los Reinos Mortales, la maldición del Necroseísmo fue deshecha para siempre.
Bueno, me he metido prisa como podéis ver. Quiero llegar a estar al día con el trasfondo porque Kragnos sale en breves y la 3 edición no me va a esperar. Espero que disfrutéis de la conclusión de Broken Realms: Teclis, a mi me ha encantado!
Enseguida subiré Belakor, que es un libro más corto y espero que en tres o cuatro entradas lo habremos acabado.
Adios Nagash?
No, Nagash resucitará como siempre. Pero tardará y su influencia y, sobre todo, la fuerza de la Muerte por el necroseismo ha disminuido mucho. Ahora da paso a la vida… con todas sus consecuencias.
Gracias por la entrada!!! Pobre Nagash, pero para mi mejor. Menos Dioses= menos problemas (palabra de Kharadron).
Voy por la mitad de BR:Kragnos de momento. Muy contento con la historia general y un buen final de edición. Hay cosas que me gustan más y otras menos, pero te deja un buen sabor de boca (de momento).