Be’lakor había esperado mucho este momento. Desde las sombras, el Primer Príncipe había observado la muerte de un mundo y el nacimiento de otros ocho. Con repulsión vio como el rey humano Sigmar levantaba la civilización en un monumento a su ego y desde la Era de los Mitos quiso profanar y destruirlo todo. Sin embargo, cuando los Dioses del Caos decidieron intervenir, no le escogieron a él para dirigir a sus ejércitos, sino al advenedizo Archaon. Archaon el Usurpador, Archaon el Pretendiente. Fue él quien blandió el hacha del verdugo en el Fin de los Tiempos y de nuevo era él quien comandaba las hordas del Caos con el favor de sus amos. Nada deseaba más Be’lakor que hundir sus garras en la garganta de su rival y despellejar su patética alma, mas no era un necio. El Elegido era intocable mientras contara con el patrocinio de las deidades caóticas. Es por eso que el Primer Príncipe se había mantenido al margen de los acontecimientos que decidían el destino de los Reinos Mortales. Hasta ahora.
El fuego de la guerra volvía a arder en los Ocho Reinos. Nagash había tratado de replicar el Nadir de Shyish en otros Reinos mediante la maldición de los Portales, uniendo su destino al hambre infinita de su creación, pero sus planes se habían visto truncados por el Dios Mago Teclis. Hysh había quedado mutilado en el proceso, su repugnante luz atenuada por los fuegos del cadáver del Gran Nigromante. Por su parte, Archaon y sus Invocadores Demacrados buscaban una forma de acceder a Azyr, el gran Reino de los Cielos que hasta ahora había permanecido libre de la mancha del Caos. Mediante el uso de la piedra del reino conocida como varanita, que solo se encontraba en Ochopartes, planeaban corromper la Puerta Meteórica y lanzar una invasión a gran escala contra el territorio de Sigmar. Podrían haber tenido éxito de no ser por la advertencia de Morathi al Dios Rey.
Una vez más, los portales eran foco de campañas de sabotaje y corrupción. Sin embargo, hubo quienes se opusieron a esta destrucción sin sentido y observaban con preocupación los acontecimientos. Los slann, criaturas primordiales que habían sobrevivido al Mundo Pretérito para continuar su eterna guerra contra el Caos, conocían el verdadero significado de las líneas geománticas sobre las que se alzaban los Portales y lo que sucedería si se corrompían demasiados. El mayor de ellos, la cáscara momificada conocida como Lord Kroak, se había visto perturbado por visiones de un desastre inminente: imperios devorados por una tormenta de magia y salvajismo y el gran plan de los Ancestrales desmoronándose a raíz de este cataclismo. El ser ancestral juzgó que la mayor amenaza provenía de los Invocadores Demacrados, los perversos hechiceros de Tzeentch que acechaban los Reinos desde sus Torres de Plata. Estas Torres estaban en sintonía con la red de Portales y permitiían pervertir el flujo para que las rutas arcanas acabaran en sus laberintos fractales. Muchas naciones habían caído usando estas argucias durante la Era del Caos.
Aunque los riesgos eran grandes, Lord Kroak los juzgó como adecuados para acabar con la ciencia oscura de los Invocadores. Su objetivo sería el Devoratomos, hechicero encargado de coormper la Puerta Meteórica hacia Azyr. Destruir una Torre de Plata no sería sencillo, pues cada una era una fortaleza poderosa defendida por engendros demoníacos. Y lo que es peor, cada estructura no estaba anclada a la realidad sino que podía viajar entre los Reinos a voluntad y el Invocador Demacrado no dudaría en huir ante cualquier atisbo de amenaza real. Los Seraphon deberían atacar rápida y contundentemente para cumplir su objetivo.
La misión enviada a Ochopartes por parte de Sigmar retrasó la corrupción de la Puerta Meteórica, pero acabó en desastre debido a la traición de Morathi, quien abandonó a los Eternos de la Tormenta a su suerte. Aislados y masacrados, los restos de la gran hueste de Azyr hubo de retirarse al Portal Génesis, su única salida de Ochopartes abierta por una pequeña fuerza de Caballeros Sagrados comandados por el legendario Gardus SteelSoul. Sin embargo, del lado de Ghyran la Omnipuerta estaba siendo atacada por las fuerzas de Nurgle. Monstruosidades hinchadas e insectos grotescos del tamaño de ogros escalaban las raíces gruesas que servían de cimientos para la isla flotante que sostenía el Portal del Reino de la Vida. Capeando el aluvión de lanzas, flechas, espinas y veneno que los defensores y el propio terreno hacían llover sobre ellos, los elegidos del Dios de la Plaga consiguieron llegar hasta la misma Puerta. La pequeña fuerza de Caballeros Sagrados presentó batalla sobre la isla flotante y Gardus plantó sus pies firmemente en el terreno dispuesto a defender la ruta de escape de sus hermanos hasta su último aliento.
Nuevas figuras emergieron al este del Portal y no eran los esbeltos Sylvaneth, sino seres robustos y escamosos con armaduras doradas. Marchaban al paso, lanzas de cabeza de piedra que apuntaban a los adoradores e hijos del Caos para estrellarse contra el flanco de la fuerza invasora. Mirándolos desconcertados, Gardus recordó las historias sobre los misteriosos Seraphon, los eternos adversarios del Caos. Quizá aún había esperanza. Mientras los escasos Eternos se regocijaban en sus nuevos aliados, los Seraphon marcharon delante de ellos y desaparecieron por la Puerta Génesis. Las tambaleantes fuerzas del Caos se reagruparon y reanudaron el ataque, envalentonadas por el abandono de los supuestos aliados de los Eternos Gardus SteelSoul murmuró una oración, levantó su espada y martillo y se dispuso a morir otra vez al servicio del Dios Rey.
Dejando atrás a los asediados Caballeros Sagrados, los Seraphon se lanzaron contra Ochopartes. Liderados por el slann Kuoteq, tenían como objetivo la Torre Plateada del Devorador de Tomos, la cual se encontraba sobre las Fauces de Faranthrax, la inmensa mina donde extraían la varanita. El Invocador Demacrado estaba enfrascado en su persecución de los Eternos de la Tormenta que se dirigían al Portal Génesis y no se dio cuenta de la magnitud de la amenaza que se cernía sobre él. Los sacerdotes eslizones habían realizado intrincados rituales estelares que habían cortado la red de dispositivos arcanos y espionaje del Invocador. Docenas de bastiladones avanzaron pesadamente portando las antiguas Máquinas Solares sobre sus caparazones, las cuales estallaron al unísono. Los rayos de luz se estrellaron contra los pilares de la Torre y el cristal forjado del Caos chilló y burbujeó bajo el ataque. Los enormes Kroxigors se abalanzaron sobre las grietas formadas y empezaron a golpearlas con sus poderosas mazas. Con un terrible grito de indignación, un millar de sombras cayeron sobre los Seraphon. El Devorador de Tomos había regresado a su dominio y traía consigo numerosas fuerzas Tzaangor montadas en discos voladores. El Invocador Demacrado no era un simple mago, sino un señor demoníaco que reducía a polvo docenas de lagartos con un gesto de sus manos. Sin embargo, no era quien buscaba arriesgarse para aliviar su ego: las fuerzas reptilianas eran muy numerosas y la figura hinchada en forma de rana sobre el trono flotante desprendía un aura mágica que ponía nervioso incluso a él. Incluso si no destruían la Torre, podían penetrar en ella y llegar a su núcleo, donde las estancias personales del hechicero guardaban las escasas reservas de varanita procesada. Era hora de partir. Ordenando a sus súbditos Tzaangor que avanzaran para expulsar a los Seraphon del pie de su fortaleza, chasqueó los dedos y la Torre desapareció en una erupción de llamas violáceas.
La Torre Plateada atravesó los cielos de Ochopartes y se internó en el vacío aetérico. El Devorador de Tomos buscaba evadir a sus enemigos en el gran espacio que se abría entre los Reinos, pero nada sabía de lo que allí le esperaba. La Torre se tambaleó como si hubiera sido golpeada por un cometa. El Invocador observó el vació aetérico desde el interior de su fortaleza y vio como una docena de naves zigurat le rodeaban. Observando con horror, una luz surgió de cada una de las naves y por un momento pareció como si una inmensa serpiente se enroscara en torno a la Torre de Plata. Entonces, las energías emitidas por las naves zigu rat se fusionaron en un solo rayo de luz blanca cegadora que sacudió la fortaleza del Invocador hasta sus cimientos. De algún modo, los Seraphon se habían adelantado al Devorador de Tomos. La más grande las anves era una mole de varios pisos cuyo arco tenía la imagen de una serpiente dorada. Era la nave templo Itza-huitlan, que tenía el honor de llevar al mayor de su especie, Lord Kroak, primero de los slann.
Escorando bajo el ataque, la Torre Plateada se precipitó hacia la estratosfera de Chamon y cayó en la costa de los Eriales Oxidados. Por algún milagro, los encantamientos aún perduraban y la torre seguía de una pieza, pero grandes agujeros se habían abierto en toda su superficie y la energía del Caos escapaba por ellos. El Devorador de Tomos salió de sus aposentos y observó los restos de su querida fortaleza. Perplejo, vio que las tres fuentes de fuego brujo que alimentaban la Torre habían quedado expuestas como núcleos de magia y explosiones de llamas iridiscentes, debido a los ataques sospechosamente quirúrgicos de los Seraphon. Por supuesto, estos puntos débiles eran el objetivo de Lord Kroak, pues había predicho exactamente donde se estrellaría la Torre. A través de Portales olvidados, emergieron las fuerzas estelares. Enjambres de eslizones avanzaban raudos rodeando a pesados guerreros saurios que marchaban con paso marcial. Los bastiladones portaban de nuevo los artefactos de los Ancestrales, tan antiguos que ni los slann podían recordar el tiempo de su fabricación. Con sumo cuidado, los eslizones programaron los artilugios y motas de luz dorada se reunieron en torno a cada uno de ellos, para al final juntarse en un solo rayo de luz blanca que se lanzó hacía la corona de la Torre Plateada. La proyección atravesó sin oposición las apresuradas defensas arcanas levantadas por el Invocador Demacrado, quien gritó cuando sus nueve ojos estallaron bajo el calor del bombardeo; su túnica fue incinerada, su carne se desprendió de sus huesos y su cuerpo estalló. Una de las reservas de fuego brujo fue alcanzada en medio del camino del rayo y comenzó a deformarse. Se oyó un rugido de succión cuando la energía arcana que se había estado acumulando en su interior se liberó de repente y se produjo una explosión de nieve iridiscente. La explosión alcanzó la segunda reserva, provocando una reacción en cadena que llegó a la tercera. Hubo un segundo de terrible silencio mientras el mundo se volvía blanco. Entonces, la Torre Plateada detonó.
Más tarde, cuando las vastas nubes de polvo se asentaron, se hizo evidente que los Eriales Oxidados ya no existían, y en su lugar se abría un cráter de miles de kilómetros de diámetro. Sin embargo, la devastación llegó mucho más lejos, pues las Torres Plateadas no eran simples fortalezas flotantes, sino construcciones arcanas vinculadas directamente las rutas primordiales de los Reinos. Cuando la Torre explotó, una onda expansiva mágica surgió del sitio de su desaparición, corriendo a lo largo de esas arterias conectivas. Esta marea destructiva barrió el vacío aetérico, causando que naciones enteras estallaran en tormentas mágicas y se convirtieran en vórtices aulladores de esencia del Caos. Era un efecto colateral conocido por Lord Kroak y juzgado como una pérdida aceptable a cambio de la destrucción de un objetivo tan potente como la fortaleza de Tzeentch.
Se echa mucho de menos esta sección, ¡espero que te animes a retomarla Felur!