[Trasfondo] El Cuento de Eones: Parte 37

Una y otra vez, los Lumineth confrontaron a los Ossiarch en el campo de batalla. Los cielos se oscurecieron cuando cientos de miles de murciélagos abandonaron sus cuevas en busca de sangre fresca imbuidos por la gran cantidad de magia de la Muerte. Incluso las mismas montañas se retorcían, sus laderas rezumando un denso fluido carmesí en anticipación de lo que estaba por llegar. Algo vil y antinatural se acercaba, tan maligno que incluso los animales podían sentirlo.

Con un grito desgarrador, una figura titánica atravesó el Portal Agujero Negro. Las runas que los Lumineth habían inscrito en la roca ardieron con llamas negras y el aire se tiñó de color amatista. La figura esquelética se alzó inconmensurable y allá donde posaba la mirada los defensores elfos parpadeaban y se tornaban piedra negra. Los supervivientes huyeron despavoridos y águilas mensajeras fueron despachadas para alertar a las ciudades, pero todas se calcinaron tan pronto alzaron el vuelo. Creciendo todavía más, el inmenso ser hundió sus garras en los flancos de la montaña y entonó palabras de poder que romperían la mente de cualquier mortal que las escuchara. La roca bajo su toque empezó a resquebrajarse y desprenderse a una velocidad alarmante, y un círculo arcano apareció en torno a la deidad. Nagash había llegado a Hysh.

Nagash, el Dios de la Muerte.

La conmoción producida por la irrupción del dios en la esfera de realidad hyshiana alertó al gobierno Scinari. Avalenor caerá. Esa sentencia se repitió en las meditaciones de todos los señores Lumineth. En la hora de mayor necesidad de Hysh, los dioses gemelos se hallaban ausentes. Se habían oído rumores de que Archaon había atacado Uhl-Gysh buscando la liberación de Slaanesh y Teclis, tras su invasión en el Reino de la Muerte, había partido para impedir que más cadenas del dios del Caos fueran destruidas. Por su parte, el destino de Tyrion era desconocido. Se sabía que había partido en solitario de Alumnia con una misión, pero nadie sabía acerca de su paradero actual.

Fue Lord Lyrior Uthralle quien dirigió a los Vanari de Ymetrica en ausencia de sus dioses. Las ciudadelas de Tor Amun, Tor Ilidreth y Tor Glimris fueron vaciadas. Las legiones Lumineth marcharon en filas de azul, plateado y blanco hacia las cordilleras que rodeaban el monte Avalenor. Su objetivo era sencillo de identificar. Justo encima del Portal Agujero Negro el aire se había vuelto denso y negro. Mirar a la anomalía durante mucho tiempo provocaba visiones de cuerpos en descomposición y formas esqueléticas, pero ninguno de los elfos dio voz a sus miedos. Este era su hogar y lo habían jurado proteger, ni siquiera la mismísima Muerte les haría retroceder.

Las tropas Vanari avanzan a través de los pasos de montaña.

Al acercarse a la Puerta, los elfos pudieron percibir algo siniestro sobre ella. Una especie de esfera espiritual formada por miles de almas que gritaban en agonía. Lyrior estuvo a punto de ordenar abrir fuego contra la manifestación cuando la Dama del Velo le detuvo. Dentro de esa cosa, se encontraban las almas élficas de los caídos hace semanas en Shyish. Destruirlas significaría condenarlas eternamente. Nagash había utilizado la reverencia de los Lumineth por sus difuntos como un escudo muy eficaz. Con sombría determinación, la hueste siguió su camino en busca del artífice del cruel sortilegio. A la caída de la noche, Ellania y Ellathor se unieron a sus hermanos tras regresar de Chamon. Habían sobrevivido en la caverna gracias al Elemental que el Mago Pétreo había invocado el cual pudo sujetar los escombros que amenazaron con enterrarlos a todos. Ellania compartió sus sospechas con el comandante Lyrior: la esencia del monte Avalenor, el mismo Espíritu de la Montaña que tantas veces había caminado al lado de los Lumineth en batalla, se estaba resquebrajando y rompiendo como si de madera seca se tratase. Nagash pretendía derrumbar la montaña, un lugar de poder de eones de antigüedad. La fuerza Lumineth, ya en marchas forzadas, emprendió una carrera para tratar de impedirlo.

Las escaramuzas empezaron esa misma noche. Los Ossiarch habían construido medidas defensivas en los pasos de montaña, aprovechando los huesos de los elfos que habían sido asesinados. La batalla estalló con más fiereza que cuando Arkhan había invadido Hysh, pues ahora los Lumineth estaban desesperados. Muchos de los Alarith luchaban más con el corazón que con la cabeza, pues la Montaña era su patrón elemental. Los Vanari, sin embargo, mantuvieron la concentración y recolectaron los cuerpos no solo de sus caídos, sino de los propios no muertos, para mantenerlos lejos del alcance de los Mortisans. Esta táctica había sido eficaz contra el liche hacia días y ahora el suministro de hueso empezaba a escasear. Tras días de conflicto, los Ossiarch empezaron a destruir las propias construcciones que habían levantado en las cordilleras para poder mantener el ritmo de creación de Guardia Mortek. Tan eficaces eran los Mortisans en su arte que por un tiempo los Lumineth cesaron su avance, ya que las filas de guerreros esqueléticos parecían infinitas. Sin embargo, fue en los Picos Vertiginosos donde los Ossiarch cometieron su peor error.

Las Cortes Caníbales viven esclavizadas a la locura de su rey.

Los Ossiarch consideraban a las Cortes Necrófagas de Ushoran aliados naturales, buenas tropas de choque, pero impredecibles. Y si algo era la anatema del ejército de élite de Nagash era la impredecibilidad. Cuando Arkhan dejó a sus siervos en Ymetrica para intentar un segundo ritual en los límites del Reino, sabía que los Necrófagos lucharían para cumplir la voluntad de Nagash, pero el precio que se les pediría demostraría ser demasiado alto. Al principio, los diezmos de hueso eran aceptables. En su delirio, las deformes bestias veían a los Ossiarch como aliados de su imperio y estuvieron encantados de ir a la vanguardia de sus gloriosos ataques. Sin embargo, cuando la necesidad de hueso fue en aumento, las relaciones entre ambas fuerzas fueron marchitándose. Los trofeos que decoraban los macabros salones del trono fueron desmantelados e incluso los huesos que adornaban la carne de los propios súbditos de las Cortes fueron retirados para suministrar al ejército Ossiarch. Cuando se les exigió los restos mortales de sus compañeros caídos, los Necrófagos llegaron a su límite y se negaron a pagar el diezmo. Los Ossiarch avanzaron sobre ellos para cobrar el tributo de una forma u otra, y en los angostos pasos de los Picos Vertiginosos se enfrentaron a los furiosos ataques de sus anteriores aliados. La disciplina marcial suponía una ventaja para los Ossiarch, pero en su urgencia por obtener materia para el ejército, no exploraron adecuadamente los picos alrededor del paso donde transcurría la batalla. Gritos espeluznantes resonaron en las paredes montañosas y Vargheist alados descendieron sobre los guerreros de hueso. La velocidad y brutalidad de estas bestias, que los Necrófagos veían como honorables guerreros de pegaso, fue demasiado para los Ossiarch, sus filas fueron deshechas y sus líderes Mortisans destruidos. Sin saberlo, estas grotescas criaturas habían dado una oportunidad a los Lumineth.

El ascenso sobre Avalenor estaba resultando casi imposible para los hyshianos. El aire era más denso conforme ascendían, saturado de magia de la Muerte como estaba era prácticamente irrespirable para los vivos. Incluso los Scinari Cathallar que acompañaban a las filas de Vanari y Alarith no podían resistir mucho tiempo el influjo maligno al que todos estaban sometidos. Cuando las reservas de cuarzo aetérico se empezaron a agotar, los sacerdotes encargados de canalizar las emociones negativas de su compañero cayeron uno a uno en el suelo. Sin su escudo espiritual, las filas Lumineth amenazaban con desmoronarse. Solo los Alarith se mantenían firmes, tal vez imbuidos de la fortaleza de la sagrada montaña que se había mantenido en pie desde la Era de los Mitos. Metro a metro, se acercaban a Nagash, exhaustos pero resueltos a llegar al maligno dios que amenazaba con destruir todo lo que amaban. Enormes pedazos de roca blanquecina se desprendían hacia el vacío. En su trabajoso ascenso, los Alarith llamaron a los setenta y siete vientos de Hysh, y su palabra se extendió por todas las naciones del Reino de la Luz. Los representantes del aire acudieron a la llamada en la hora de mayor necesidad. Alarith y Hurakan lucharían juntos contra esta maldición.

Entonces, un destello recorrió el cielo y todo cambió.

Teclis regresa por fin para luchar junto a su pueblo.

Como una lanza, Teclis atravesó la tormenta mágica que rodeaba el pico de Avalenor.

“ASÍ QUE AL FINAL HAS VENIDO”, Nagash habló sin volverse, con las garras clavadas profundamente en la montaña.

“Aún puedes detener esto”, dijo Teclis. “De otro modo, no acabará bien para ti”.

“TODO SALVO EL PROPIO NAGASH DEBE TERMINAR”. El titán esquelético giró la cabeza, sus ojos destellando luz verde sobre el aire amatista que les reodeaba. “INCLUSO TU, DIOS”.

“Me temo que es verdad. Sin embargo, tengo un legado que dejar y no serás tú quien traiga mi fallecimiento ¿No fue la magia élfica que robaste el modo de obtener tu poder cuando no eras más que un insignificante sacerdote fratricida?

“HABLAS DE FRATRICIDIO”, explotó Nagash. “TÚ, CUYAS MAQUINACIONES CONDENARON A TU HERMANO EN UNA VIDA PASADA Y LO CEGARON EN ESTA. QUIZÁ ESA SEA LA RAZÓN POR LA QUE NO ESTÁ AQUÍ AHORA LUCHANDO A TU LADO”

“Él está siguiendo su propio camino”, contestó Teclis. “Luchando contra un enemigo mucho más mortífero que tú”.

“NO EXISTE TAL SER”

Nagash apartó sus manos de la montaña y entonó una palabra de poder. Un trio de soles púrpura apareció en torno a cada una de sus muñecas. Con un gesto, los lanzó contra Teclis como una violenta lluvia de meteoritos que impactó con todo su poder.

De repente, el Dios Mago estaba al otro lado del pico, enmarcado en un halo de luz lunar con Celennar extendiendo sus alas tras él.

“En eso”, dijo Teclis. “Estás bastante equivocado”.

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