Be’lakor había esperado mucho este momento. Desde las sombras, el Primer Príncipe había observado la muerte de un mundo y el nacimiento de otros ocho. Con repulsión vio como el rey humano Sigmar levantaba la civilización en un monumento a su ego y desde la Era de los Mitos quiso profanar y destruirlo todo. Sin embargo, cuando los Dioses del Caos decidieron intervenir, no le escogieron a él para dirigir a sus ejércitos, sino al advenedizo Archaon. Archaon el Usurpador, Archaon el Pretendiente. Fue él quien blandió el hacha del verdugo en el Fin de los Tiempos y de nuevo era él quien comandaba las hordas del Caos con el favor de sus amos. Nada deseaba más Be’lakor que hundir sus garras en la garganta de su rival y despellejar su patética alma, mas no era un necio. El Elegido era intocable mientras contara con el patrocinio de las deidades caóticas. Es por eso que el Primer Príncipe se había mantenido al margen de los acontecimientos que decidían el destino de los Reinos Mortales. Hasta ahora.
