Saludos, Señores de la Guerra.
Los Reyes Funerarios se han enterrado bajo la arena para dormir su sueño eterno durante una buena temporada, y en Corredores de Sombras he dado el «pistoletazo» de salida a mi experiencia con Caos.
Cuando era un zagal, allá por 1992, los Reyes Magos me trajeron el Battle Masters. Como buen pipiolo, «quiero ese juego, seguro que mola más que el Heroquest porque lleva más miniaturas» (lógica aplastante cuando eres un adolescente). Aquella fue mi primera experiencia completa con las miniaturas (el Heroquest no era mío sino de un amigo), pero pude leer el (escaso) trasfondo, empaparme de nombres como Altdorf, ver las preciosísimas ilustraciones (que se quedaron marcadas a fuego en mi interior) y hacer mis primeros pinitos pintando miniaturas. Con Humbrol y sin saber qué era una capa de imprimación (así que… bueno, están muy mal pintadas). Sin embargo aquello fue mi primera toma de contacto con Games Workshop y las miniaturas Citadel. Jugaba sobre todo con mi primo, y en la veintena o treintena de partidas que jugamos, yo llevaba Caos y él Imperio.
Adelantando el reloj a 1997, jugué mi primera partida de Warhammer. Usando miniaturas (y bases) del Battle Masters, me intentaron enseñar el juego (en una desastrosa primera partida donde los cañones se escondían DENTRO de las colinas para que no les cargasen, y Tyrion y Teclis campaban a sus anchas… yo no sabía ni qué hacía ni cómo, aparte de tirar dados). Tuvieron que pasar tres años hasta llegar a mi «fase Warhammera» de verdad, con la caja de Sexta. Aunque acumulé un buen ejército del Caos, acabé vendiéndolo y aparcando por completo los cuatro dioses… hasta que el año pasado, por una promesa, empecé a coleccionar un ejército nuevo del Caos centrado en Nurgle.
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